La Capital, Rosario: La dura historia de un veterano de Malvinas que conmocionó a los rosarinos

Repercusiones de la Conferencia sobre Liderazgo auspiciada por DonWeb en la ciudad de Rosario, Santa Fe

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«Yo tendría que estar muerto», dijo Miguel Savage al comenzar a relatar la experiencia que vivió en la guerra de Malvinas. «Eramos soldados no profesionales y fuimos enviados a un enfrentamiento que no debería haber ocurrido», continuó. En 1982 tenía 19 años y estuvo 60 días viviendo en un pozo, congelado, sin alimentación sólida y en medio de una lluvia interminable de bombardeos. Perdió 20 kilos. «Tuvimos tres enemigos: el clima, los ingleses y tristemente nuestros propios jefes», dijo esta semana en Rosario.

Miguel integró el Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata y fue destinado a Malvinas. «No éramos soldados profesionales. Habíamos tenido una sola práctica de tiro en toda nuestra vida. Me dieron un arma que no sabía manejar y a un compañero mío un revolver». Así llegaron a Malvinas en 1982. Y así se enfrentaron a soldados ingleses con seis años de entrenamiento militar.

Cuando se le pregunta qué fue lo que más padeció en la guerra, sin dudar responde: «Hambre». Aseguró que los jefes de su compañía no les dieron de comer nada sólido durante toda la guerra. Los mantenían a caldo. Con temperaturas bajo cero pocos pudieron sobrevivir y algunos se pegaban tiros en los pies para que los evacuaran. En estas circunstancias, reconoce que aprendió lecciones fundamentales que conserva hoy como un tesoro. «Aprendí a valorar las cosas pequeñas de la vida y que lo importante son los afectos, la familia», contó ante un auditorio lleno y conmovido en la charla que dio en el Centro Cultural Fontanarrosa, traído por la empresa Dattatec.

«En medio de la guerra empezó a salir la fortaleza, porque teníamos que tomar decisiones para sobrevivir», acotó. Así comenzaron a trabajar cada día para mantener el pozo donde estaban lo más seco posible, mientras buscaban comida donde se podía y hasta se escapaban y recorrían 10 kilómetros hasta el pueblo para revolver los tachos buscando algo de comida.

«Lo dejamos de hacer rápidamente por el gasto calórico que implicaba y porque conseguíamos pocas cosas a un costo terrible, por los castigos a los que nos sometían». Los estaqueaban como a los animales y a Miguel lo arrodillaron en el suelo y lo sometieron a un simulacro de fusilamiento porque se había robado un picadillo.

Sin embargo, no se dejó vencer. Aprendió a ser humilde, a escuchar y a pedir ser escuchado y sobre todo a valorar la vida con mucha intensidad. «Descubrí que tenía fortalezas que no conocía» reconoce.

Ama apasionadamente la vida y reconoce el regalo que significa. «Un compañero murió de la hipotermia y desnutrición, otros en una caminata pisaron una mina y explotaron…», relata.

Prisionero. Miguel reconoce que uno de los aprendizajes más interesantes sucedió al regreso de la guerra, cuando los ingleses los trasladaron hasta Puerto Madryn y lo llevaron, junto a cientos de soldados, como prisioneros de guerra en el buque Camberra. Durante una semana convivieron con los ingleses, aquellos con quienes días antes se estaban matando.

«Fue increíble, porque como sabía inglés empecé a traducir conversaciones amables entre los ingleses y los argentinos, sobre cómo había sido el otro lado de la guerra. El clima era cordial. No se podía creer que fueran los mismos que días antes nos estaban disparando», contó.

Los ingleses le preguntaban cómo habían sobrevivido sin comer. «Me hice amigo de un soldado inglés llamado Mark Burnett, y hablamos sobre lo absurda que era la guerra. Entendí que el enemigo deja de ser tal cuando uno lo conoce, cuando deja de ser anónimo y pensé que si pusiéramos a convivir jóvenes de países enfrentados nos ahorraríamos muchas guerras y muchas penas», agregó.

Los argentinos llegaron a ese buque desgastados y muy débiles, necesitados de comida y cuidados médicos.

Miguel tapó la historia durante 20 años y no habló. Recién en el 2001, en medio de la crisis del país, asediado por las dificultades económicas explotó y lloró como nunca. «Me di cuenta de que no podía seguir ocultando lo que había vivido y empecé a hablar y a pedir ayuda», contó. Hizo un tratamiento psicológico y escribió un libro que está colgado en internet y se puede bajar en forma gratuita.

En ese camino sanador que había emprendido se dio cuenta de que tenía que volver a Malvinas y en el 2002 lo hizo por primera vez, acompañado de su esposa Andrea y sus hijos Patricio y Margarita, que fueron y son su sostén.

Estuvo con ellos James Peck, un joven kelper con quien recorrió la trinchera y el pozo donde se había escondido. Fue el primer habitante de Malvinas que pidió la ciudadanía argentina.

El papá de James era un baquiano que combatió contra estos soldados argentinos a escasos metros. Con él Miguel recorrió el campo de batalla donde se habían enfrentado y terminaron fundidos en un abrazo y con las boinas intercambiadas.

«Anhelo recuperar la soberanía de Malvinas en forma pacífica y creo que cada uno puede desde su lugar tender puentes y conocer a los que viven en las islas y respetar su cultura. Añoro una Argentina más unida», suspira.

La vuelta. «Cuando volví me encontré con una sociedad aletargada, estresada por la guita, hiperinformada, no escuchándose, no mirándose a los ojos, sin conexión emocional y yo me había conectado con mi propia esencia. Estaba eufórico por seguir con vida, y me ponía el despertador temprano, aunque no tuviera nada que hacer, para disfrutar la vida. Tenía el cuerpo destrozado pero una fortaleza y una alegría de vivir inmensa y todo me emocionaba: el olor a pasto recién cortado, la espumita del mate, el canto de los pájaros, los colores de la tele. La gente me decía que estaba distinto, mejor y es que el sufrimiento me enseñó a madurar y me dio lecciones de las que no se aprenden en ninguna universidad», relató.

Emocionado destacó: «No quiero perder todo lo que aprendí en Malvinas, porque sé que vivo con una gran ventaja y me siento más fuerte por haber pasado por este sufrimiento. Y sé que cada vez que hablo puedo ayudar a alguien y eso me ayuda. El hecho de estar en Rosario adelante de tanta gente me da mucha felicidad», reconoció ante un auditorio que no dudó en levantarse y aplaudir de pie.

Héroes DonWeb

Más de 500 personas aplaudieron de pie al ex combatiente de Malvinas Miguel Savage. Con el fin de recaudar libros para la Escuela Constancio Vigil de Rosario, la firma DonWeb organizó la conferencia en la que se recaudaron más de 800 libros.

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Miguel Savage es un ex combatiente de Malvinas. Después de haber vivido esa experiencia rescata el valor del diálogo, de la familia y de la patria. Hoy recorre el país hablando de las fortalezas humanas y de la necesidad de vivir en paz.

“Tendría que estar muerto”, dijo Miguel Savage al comenzar a relatar la tremenda experiencia que pasó en la guerra de Malvinas. “Eramos soldados no profesionales que fuimos enviados a un enfrentamiento que no debería haber ocurrido”, continuó. Estuvo 60 días viviendo en un pozo congelado, sin alimentación sólida y en medio de lluvia interminable de tiros. Perdió 20 kilos. “Tuvimos 3 enemigos: el clima, los ingleses y tristemente nuestros propios jefes”. Relató una historia muy poco conocida de Malvinas.

Corría el año 1982 cuando Miguel estaba haciendo el servicio militar en La Plata. Con 19 años y una sola práctica de tiro fue enviado a enfrentar a los ingleses en Malvinas.

En esa guerra absurda contra soldados altamente entrenados los argentinos padecieron indeciblemente. Miguel cuenta que el hambre fue uno de los peores sufrimientos. Durante 60 días se alimentó con caldos en un clima de temperaturas bajo cero. Como consecuencia, muchos perdieron la vida y algunos se pegaban tiros en los pies para que los evacuaran.

En estas circunstancias Miguel cuenta que aprendió cuestiones fundamentales que conserva hoy como un tesoro. “Sé que lo importante en la vida no son las cosas materiales sino los afectos y la familia”,

Las adversidades propias de la guerra despertaron la capacidad de sobrevivir. Miguel y sus compañeros cavaron un pozo profundo donde podían protegerse de los tiroteos y cada día tenían que mantenerlo lo más seco posible. Desde ahí recorrían 10 kilómetros hasta el pueblo para revolver los tachos de basura buscando algo de comida. Pero pronto descubrieron que este recorrido les insumía mucho gasto calórico, conseguíamos pocos alimentos y al regresar los sometían a tremendos castigos, como por ejemplo estaquearlos como a animales o someterlos a fusilamientos porque tal vez se habían robado un picadillo para calmar el hambre.

En medio del campo de batalla, sin fuerzas físicas y congelado de frío Miguel aprendió a ser humilde, a escuchar y a pedir ser escuchado y sobre todo a valorar la vida con mucha intensidad. “Descubrí que tenía fortalezas que no conocía” dijo.

Los últimos días de la guerra les ordenaron ir en una patrulla a una casita donde al parecer había una radio que estaba transmitiendo información. Llegaron hasta allí moribundos, mareados por el hambre, desnutridos y en medio de un frío polar que se cobraba la vida de estos jóvenes. Además, en el camino cuatro soldados pisaron una mina y murieron…

Miguel recordó: “Entramos a esa casa con pánico porque no sabíamos si había ingleses adentro. Estaba vacía y sentí un fuerte olor a hogar, algo que hacía mucho no me pasaba y me encontré un pulóver con un olor que me conectó directamente con mi hogar, con mi madre. Sentí que había un mensaje para mí: vas a estar bien, ya falta poco. Me llevé ese pulóver convencido de que algún día se lo devolvería a su dueña.

Cuando terminó la guerra, a los soldados los metieron en un buque inglés como prisioneros. Como Miguel sabía inglés hizo las veces de traductor y allí le sucedió un hecho increíble: trabó amistad con quienes días antes eran los enemigos.

“Fue prodigioso porque ellos empezaron a preguntarnos cómo había sido el otro lado, compartíamos gustos por la música, teníamos la misma edad y ahí aprendí que sería imposible enfrentar a un enemigo si le conociéramos la cara, si hubiéramos convivido con ellos. Habría menos guerras en el mundo si hubiera más diálogo”.

Pasaron 25 años hasta que Miguel pudo volver a Malvinas para cerrar heridas. Y uno de los lugares a donde quiso ir fue a aquella casa donde había encontrado ese pulóver y ese mensaje de aliento. “Encontré a Lisa, la hija del dueño del pulóver y ella me contó que su padre había muerto por el estrés de la guerra, lo mismo que le había sucedido a mi mamá y lloramos juntos”, confesó.

“Uno de los momentos más especiales de mi vida fue cuando volví y me reencontré con mi madre. Me zambullí en sus brazos temblorosos y viví el instante más feliz de mi vida. Ese hecho me acompaña en los momentos duros y en los buenos, es como una Virgen que está conmigo siempre” recordó.

Miguel como tantos otros volvió flaco, con la planta de los pies necrosada por el congelamiento y los dientes flojos. Entró en una euforia tal que lo empujaba a aprovechar al máximo cada instante. “Me ponía el despertador temprano, aunque no tuviera nada que hacer para disfrutar la vida, tenía el cuerpo destrozado pero contaba con una fortaleza y una alegría de vivir inmensa y todo me emocionaba: el olor a pasto recién cortado, el canto de los pájaros, los colores del televisor me parecían emocionantes. Hoy lucha por no perder esa claridad de las cosas importantes de la vida”, subrayó en su charla.

Miguel se casó y tiene dos hijos. Hoy no deja de remarcar lo importante que son ellos para él. Son su motor y su consuelo.

Actualmente Miguel vive en Venado Tuerto y luego de haber trabajado en el rubro siderúrgico hoy es funcionario de la Dirección de Cultura de la Municipalidad de Venado Tuerto y viaja por todo el país compartiendo una lección de vida.

Además escribió el libro “Malvinas, viaje al pasado” donde cuenta toda su historia, y está disponible en el sitio web www.viajemalvinas.com.ar desde donde se puede descargar en forma gratuita.

Miguel Savage: Aprender a vivir por sobrevivir, en Ehow en Español

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Hace 30 años, en 1982, Inglaterra y Argentina se enfrentaban durante dos meses y medio en una guerra en las Islas Malvinas. Miguel Savage entonces tenía 19 años y cumplía con el Servicio militar obligatorio del país sudamericano -el régimen fue abolido en 1994-. Sin saber siquiera manejar un arma, de la noche a la mañana se vio en un pozo, lejos de casa, en una guerra. Miguel es un sobreviviente que tiene una historia que contar, y en primera persona.

¿Qué te viene a la cabeza de aquel día en el que entraste a la granja kelper?

La hipotermia y la desnutrición. Teníamos seis (soldados) que, por la desesperación, para ser evacuados, se pegaron tiros en los pies. Y cuatro más que murieron por pisar una mina propia (argentina) escapándose para robar comida. En ese marco me mandaron con cinco soldados y un sargento a una casita que estaba del otro lado del río Murrell, la misión era revisar el lugar. Sabíamos que nos estábamos metiendo en las líneas inglesas: ya estaban ahí listos para atacarnos. Pasamos como patos en una laguna llena de cazadores, frente a ellos. No nos tiraron para no revelar su factor sorpresa; me enteré años más tarde.

¿Sabías inglés?

Sí, hablaba inglés de muy chico. Por eso me mandaron, me enviaron de intérprete. La misión era hablar con los isleños, si había la idea era persuadirlos para revisar la casa y si se resistían, combatir. Rodeamos la casa y lo que pensaba era qué me iba a llevar de comida y de abrigo. No en el peligro. Fui el primero en entrar, a los gritos, pedía, en inglés, que si había alguien que por favor saliera. Cuando vi que no había nadie me relajé y empecé a sentir una conexión con el lugar. Empecé a sentir olores que parecían familiares. La vista por la ventana era alucinante, el río que fluía hacia al pueblo, ajeno a la guerra. Pensaba que era el último lugar que imaginaría en medio de una guerra. A la vez estaba desesperado por sacarme la ropa mojada. Me llamó la atención un pulóver inglés lindísimo que encontré en una cómoda. Me lo puse y sentí el olor a limpio, a perfume, a casa. Venía de un pozo maloliente, congelado. Me levantó la dignidad humana. Me saqué la ropa y me puse ese pulóver y me sentí más fuerte. Me alimenté con desesperación: comí dos panes de manteca. Como un perro. Empecé a sentir cosas. Como una presencia, como que había alguien dentro de esa casa que me estaba diciendo “Ya falta poco, Miguel; vas a volver, vas a vivir”. Esto fue el 5 o 6 de junio y el 14 fue la rendición. Tenía la idea de algún día de volver. Mira lo que era: ya estaba proyectando que iba a volver.

Mucha gente huye de las cosas no gratas, tú la recuerdas, la haces presente. ¿Qué ejercicio hay ahí?

Creo que hay tres formas de enfrentar situaciones de gran sufrimiento: tapar todo, victimizarse y hacer como hacen las ostras: abrazan la herida y la transforman en perla.

¿Optas por la tercera?

Sí.

¿Siempre?

No, lo tapé 20 años.

¿Cuál fue el clic, 20 años después?

Wikimedia Commons

La crisis (socioeconómica de Argentina) de 2001. Tenía un negocio que había armado con mucho esfuerzo, estaba muy estresado, perdiendo todo por problemas económicos y ahí tuve mi primera pesadilla de la guerra.

¿Nunca habías soñado con nada de Malvinas?

No hasta entonces.

Comprobadísimo que uno no borra

No, sobre todo con cosas de estrés postraumático, aunque lo instintivo es taparlo. Pero hay que encararlo.

¿Qué soñaste?

Que estaba en el pozo, con los muertos, con bombas que caían y dentro de la pesadilla suena un celular. Era el gerente del banco que me decía “Te cierro la cuenta: tienes demasiados cheques rebotados”. Me desperté gritando y ese día fui a terapia. Después clases de teatro, a correr, curas sanadores, me apoyé en gente generosa. Pero al final me di cuenta que las riendas las tenía yo, el control lo tenía que tener yo, al igual que en el pozo donde se tomaban decisiones para no morirnos.

Hasta 2001 pensabas que tenías el control

Claro, es más: había vuelto a las Islas en 2000 y estaba como agrandado, como “esto a mí no me afectó, yo enfrenté todo”.

¿Cómo diste con Sharon Mulkenbuhr (hija del matrimonio que habitaba la estancia Murrell, la granja kelper a la que entró)?

En mi primer viaje (2000), ella vivía en el pueblo. Fue impresionante el encuentro porque primero ella expresó toda su angustia, estaba todavía enojada con todo y me lo quería decir. La escuché en silencio y después le conté lo que yo sentí. Entendió que mis intenciones eran buenas y terminamos abrazándonos y tomando el té, e intercambiamos direcciones. Le conté que tenía el pulóver pero no lo había llevado en ese primer viaje.

Lo tenías enmarcado

Un amigo lo había hecho, como quien enmarca una camiseta de fútbol.

Pero para tí no era un trofeo…

No, para nada. Era un recordatorio hermoso en un momento crucial de mi vida donde sentí una protección.

En la segunda visita, en 2006 Miguel devolvió el pulóver junto con una nota de agradecimiento. Lo recibió la hermana de Sharon, Lisa.

Miras para atrás, ¿te cuentas la historia diferente a medida que pasa el tiempo?

La historia es básicamente la misma pero le voy encontrando cada vez más mensajes de superación personal. El principal es lo que me pasó al regreso: yo entré en un estado que llamo “la euforia del sobreviviente”. Esos primeros días mi cuerpo estaba desnutrido (había perdido 20 kilos) y en un estado de euforia, de alegría de estar vivo. Me ponía el despertador temprano aunque no tuviera nada que hacer, sólo “para vivir”. Todo me emocionaba. Las cosas simples: la música, las visitas, el olor a pasto recién cortado. ¡Los colores de la tele!

¿Con qué te encontraste cuando empezó a apagarse eso?

Cuando volví hicieron una fiesta en casa. Me preguntaban cosas como si había matado a alguien. Yo quería contar que había aprendido a escuchar, la importancia del contacto humano y la valoración de lo simple. Y me decían “bueno, tienes una vida, ahora mira para adelante”. Me querían proteger, pero yo quería contar. La gente no estaba preparada para escuchar. Entonces… ¿has visto la película “El naúfrago”, cuando vuelve de la isla y le hacen una fiesta? Bueno, exactamente igual, venía como Tom Hanks, en otra frecuencia. Me fui a la cocina y prendí la hornalla. Estaba oscuro. Estaba totalmente lúcido y con una fortaleza increíble. Y me decía a mí mismo “vas a tener que ser fuerte porque ellos no pueden entender la profundidad de lo que viviste”.

¿Tuviste contacto con soldados ingleses en estos años?

Sí, con Terry Peck, el papá de James -James nació en las Islas y es uno de los pocos solicitó la ciudadanía argentina-. El papá combatió contra nosotros, lo conocí en el primer viaje. Fue impresionante. Subimos juntos a los campos de batalla y teníamos algo en común que sólo los veteranos entienden. Mucha gente me pregunta cómo pude abrazarme con el enemigo. Y yo digo que era un ser humano que estuvo en el infierno conmigo. Es intrascendente de qué país era. Hicimos un brindis por los compañeros muertos. Fue decente. NI glorificado ni patriotero: decente. Nos encontramos en un lugar común donde nuestros países se habían enfrentado en una guerra estúpida.

¿Él estaba de acuerdo en que fue una guerra sin sentido?

Totalmente.

¿Hablaron acerca de que ellos eran profesionales y del lado argentino había muchos jóvenes que ni siquiera habían aprendido a disparar un arma?

Sí, él no lo podía creer. La enorme diferencia. Ellos eran soldados de vocación, con mínimo cinco años de preparación. Nosotros éramos civiles recién salidos del colegio secundario, sin vocación. Sin entrenamiento. Y sin comida.

¿Qué cosa no entendiste aún a los 50 años?

El patrioterismo, sigo sin entender a los belicistas de sofá, esos que opinan sobre guerras y construyen relatos históricos cuando no tienen ni idea de lo que se trató. Sigo sin entender a historiadores que dicen que los colimbas argentinos no fuimos víctimas. Y sí lo fuimos, pero decidimos no victimizarnos. No eran muchas las cosas que podíamos hacer, pero nos mantuvimos unidos y trabajamos intensamente para salir vivos de ahí. Cosas simples como dormir abrazados para no morir congelados. Sabíamos que no podíamos depender de nuestros jefes. Teníamos tres enemigos: el clima, los ingleses y nuestros jefes.

¿Qué cosa entendiste a los 50 años?

Partiendo de la euforia esa aprendí que las más importantes de la vida no son cosas. Porque cuando volví vi a la sociedad corriendo detrás de cosas materiales, sin tiempo para escuchar al otro, y a mí fue como si me hubieran tirado un baldazo de agua fría y me hubiesen despertado.

¿Qué significó ese pulóver?

Sentí como estar de vuelta en casa. Sentí como si mi vieja me hubiese puesto un abrigo.

La guerra en primera persona

La Nación, 1 de diciembre de 2012
(+Ver Artículo Original)

blancoynegromummyCuando Miguel Savage volvió de Malvinas, su familia le organizó una fiesta de bienvenida.

«Todo el mundo estaba eufórico, me preguntaban si había matado a alguien, si había visto a los gurkas. Pero yo todavía estaba muy débil, raquítico. En dos meses había perdido veinte kilos. Venía de sobrevivir a uno de los climas más hostiles del planeta, de tener que dormir abrazado a mi compañero Roberto para no morir congelado y estaba como aturdido. El contraste entre todo ese ruido y el silencio del que yo volvía era enorme», recuerda en diálogo con La Nación.

«Entonces -continúa con su relato-, me fui a la cocina, me calenté las manos sobre la hornalla encendida y pensé: «Nadie tiene idea de lo que pasaste. Vas a tener que ser fuerte: vas a estar solo con tu recuerdo por el resto de tu vida»».

Ese recuerdo al que se refería condensaba muchos, demasiados elementos. Entre ellos, la sensación de haber sido traicionado por sus jefes antes y durante el conflicto: «Yo era un conscripto de 19 años que habían mandado a la guerra con un solo día de práctica de tiro, con una carpa cuya lona se desgarró durante la primera tormenta, y que tuvo que atravesar 60 días de alimentación líquida, porque en mi caso no hubo ni pan ni galletitas. Eramos 150 y lo sólido llegaba sólo para 30. Había que hacerlo durar».

Pero el hambre es paciente hasta que un día estalla. Y en su caso, cuando el hambre estalló, tomó el control de sus acciones. Así, cegado por la urgencia, una mañana ingresó en una granja kelper junto a su sargento en busca de una posible base de operaciones enemiga. La granja estaba desocupada y el soldado, una vez efectuada la revisión de rigor, se dedicó a saciar su instinto más urgente. Comió con desesperación y, al huir del lugar, tomó también un abrigo, un típico pulóver inglés que se llevó sin remordimientos. «En ese momento era literalmente un esqueleto con casco. Estaba moribundo. Y en esa casa, al ponerme ese pulóver, fue como volver a vivir», recuerda con emoción.

Savage conservó el pulóver durante más de 20 años. Enmarcado, a la manera de los trofeos o las camisetas de fútbol. «Pero para mí nunca significó un trofeo -aclara-. Para mí era un hermoso recuerdo que en algún momento me salvó la vida.»

En 2006, durante su segundo viaje a Malvinas, decidió devolver la prenda. Su dueño había fallecido, así que lo recibió su hija, junto a una nota manuscrita de agradecimiento: «Este pulóver me dio abrigo en un momento de tremenda exposición -dice en uno de sus pasajes- (…)También lo usé estando como prisionero a bordo del Camberra, tomando el té con la plana mayor de oficiales de la Task Force, que junto con todos los medios británicos me sometieron’ a una verdadera conferencia de prensa, asombrados de cómo habíamos logrado sobrevivir a semejante rigor climático sin suficiente alimento. (…).»

Volver al pasado

Después de su primer viaje a Malvinas, en 2000, Savage descubrió que había, para sus recuerdos, un mejor destino que la soledad que les había imaginado aquella primera noche del regreso, en la cocina de sus padres. Y comenzó a desplegarlos en una página web que se llama «Viaje al pasado»www.viajemalvinas.com.ar ). Allí relata sus vivencias en los tres viajes que hizo a las islas, retrata su amistad con Terry Peck -un ex combatiente enemigo contra el que se enfrentó en la batalla de Monte Longdon- y su hijo James -quien hace un tiempo se convirtió en ciudadano argentino-, y hasta pueden verse los avances de «Con la mano de Dios», un documental pacifista filmado por productores italianos y protagonizado por el propio Savage.

A 30 años del inicio del conflicto, hoy rescata la figura del sobreviviente ex conscripto. «Los ex combatientes éramos una figura incómoda, tanto para la sociedad, que nos asociaba con la dictadura, como para el gobierno militar, consciente de que habíamos sido testigos de sus errores -analiza-. Pero, a diferencia de los profesionales, que volvieron con trabajo, contención, obra social y vivienda, los conscriptos volvimos de la guerra con nada. Y encima, al regreso, tuvimos que soportar amenazas explícitas para que no contáramos nada. De hecho, yo tuve que firmar una declaración jurada que me obligaba a guardar secreto militar.»

Lorena Oliva

Sobre traumas y monumentos

Blog de Pedro Algorta
http://survivorwalk.blogspot.com/2009/01/sobre-traumas-y-monumentos.html

Sobre traumas y monumentos

Hay conversaciones virtuales que adquieren vuelo propio y son muy interesantes. Yo aprendo mucho de ellas. Esta es una de ellas, es un poco larga, pero me parece que vale la pena. Empezó con un mail recibido en la página www.viven.com. :

……..cuando doy clases en Facultad de Psicología, porque soy psicólogo y psicoanalista, hablando de lo que son los acontecimientos traumáticos con los estudiantes hago algunas referencias a la tragedia de los Andes. Últimamente les tiro una pregunta que los deja mudos, sin saber qué responder. Les planteo que piensen porqué los 16 sobrevivientes de los Andes se reinsertaron a la sociedad y pudieron hacer su vida exitosamente, y que lo comparen con los testimonios de los ex-combatientes de Malvinas, de quienes sabemos que han tenido una reinserción más difícil. Porqué?

Diego Nin

Hola Diego, a mi también me preocupa esa pregunta.

Cuál es tu respuesta, es que no hemos tenido estrés post traumático? Porqué a la gente de Malvinas les cuesta tanto hacer una vida normal y a nosotros no?

Muchas gracias,

Pedro Algorta

Hola, Pedro, gracias por tu amable respuesta. También me respondió Coche Inciarte, muy gentilmente. Él dice que la terapia se la hicieron ustedes mismos allá, durante los 72 días en la montaña y que por eso les ha ido tan bien luego. Por mi parte te puedo decir algunas cosas, a riesgo de aburrirte o de que te parezca algo demasiado general. Seré breve. La experiencia de ustedes tuvo elementos comunes con la situación límite de la guerra, aunque también diferencias importantes. El libro La sociedad de la nieve muestra que para algunos hubo estrés postraumático pero no traumas profundos.

Según los estudios de estrés post-traumático, especialmente lo que se ha visto en el trauma de guerra, hay tres elementos altamente traumáticos a tener en cuenta, partiendo de la evidencia de que el trauma no se constituye como tal por el solo hecho supuestamente traumático considerado en sí mismo.

1) En la guerra, un factor decisivo para el trauma es el sentimiento o la experiencia de lo que llaman LA TRAICION DE LOS JEFES, el abandono de los soldados a su suerte o el maltrato y ensañamiento. Los ex combatientes de Vietnam y de Malvinas no paran de hablar de esto. Los argentinos dicen haber sido mejor tratados por los oficiales ingleses, cuando fueron prisioneros, que por los suyos propios. No veo nada semejante a esto en la experiencia de Uds. ya que ni cuando cesaron la búsqueda el día 10 Uds. lo vivieron así. Y ni hablar de las relaciones que establecieron entre Uds., que fue algo maravilloso y decisivo para que pudieran salvarse.

2) El segundo es LA MUERTE DEL AMIGO, del amigo más querido y la culpa de no haber muerto con él y los otros, de no haber podido salvarlo etc. Esto sí aparece en los testimonios de una manera muy fuerte y con el plus de haber tenido que alimentarse de ellos. Creo que lo decisivo fue la manera en que lo manejaron allá, pero fundamentalmente lo que pasó al regreso, y esto nos lleva al punto 3.

3) VALORACION SOCIAL Y FAMILIAR DE LA EXPERIENCIA. Los soldados que regresaron fueron socialmente condenados, derrotados, al servicio de una aventura militar absurda de una dictadura genocida que perdía popularidad, estigmatizados. La sociedad los rechazó, no les querían dar trabajo, tenían que ocultar quienes eran y donde habían estado. La sociedad se avergonzaba de ellos, quería negarlos, olvidarlos, matarlos civilmente.

Por esto pienso que fue fundamental aquella inolvidable conferencia de prensa que dieron Uds. al regresar, en la cual dijeron todo y cómo lo dijeron, pero lo que selló el destino de la experiencia post cordillera fue el cerrado aplauso del público presente, lo cual no fue otra cosa que la aceptación, el afecto, el reconocimiento de toda la sociedad. El Uruguay y el mundo los ve, los vemos, como héroes, involuntarios pero héroes. La significación social es absolutamente diferente que la de las Malvinas.

Con esto quiero decirte que el trauma se instala o no también fuertemente influido por el valor social que se da a la experiencia, el trauma se produce con una significación a posteriori del hecho en sí.

Pido disculpas por discrepar con Coche Inciarte, no creo que todo se explique por lo que pasó allá y que todo se haya decidido en esos 72 días. Me inclino a pensar, con perdón de Uds., que lo que se encontraron al regresar fue, entre otras cosas, muy decisivo para evitar un trauma emocional profundo.

Sé que es una pregunta un poco tonta, pero ¿qué hubiera pasado si al regreso la sociedad uruguaya y el mundo los hubiese tratado completamente al contrario de como los trató y valorizó la tragedia? Por suerte nunca lo sabremos. ¿Verdad que es impactante el contraste entre Uds. y Malvinas, con más suicidados que muertos en combate?

Bueno, disculpame la lata medio profesoral con que te tiré, mi interés por Uds. es muy anterior a todas estas reflexiones, más básica y afectiva, soy esencialmente un admirador de lo que pudieron hacer. Gracias, y los felicito por la idea del sitio Web.

Hola Diego, entiendo perfectamente lo que decís. De hecho lo estuve hablando con un profe americano que estuvo en Vietnam. Justamente él dice que la calidad del regreso es fundamental. Los veteranos de guerra hablan entre ellos, no con terceros por miedo al castigo social.

Pero creo que hay algo más, y eso es que nosotros no estuvimos en situaciones violentas. No tuvimos que combatir un enemigo humano, nuestro enemigo era la naturaleza hostil, pero no otro ser humano. Me imagino que eso te debe marcar.

Hola Pedro, nuevamente gracias por tu amabilidad. Creo que sí, totalmente de acuerdo con lo que decis, no es solo el regreso lo que cuenta, están todos los otros componentes que Uds. mismos han relatado tan detalladamente, la manera en que se trataron y se cuidaron, el sentido que le pudieron dar etc., todos los asombrosos gestos de solidaridad, entrega y heroísmo. Yo solamente quise poner el acento sobre un aspecto que normalmente no se lo destaca. Es un asunto complejo, porque en Malvinas también hubo muchísimos actos de solidaridad y heroísmo entre compañeros que dieron su vida por otros, y muchos de los traumatizados y suicidados jamás llegaron a combatir directamente. De todo esto surgían mis reflexiones y mi interés de compartirlo con Uds.

Mi interés por la experiencia de Uds. ha sido y es muy profundo,. El otro día cuando recibí tu respuesta me di cuenta de hasta qué punto la tragedia de los Andes ha sido importante en mi vida, ya que creo que ha sido parte significativa de mi formación sentimental y ética, así nomás te lo digo, ese punto del heroísmo no voluntario me marcó mucho. Las personas comunes que van a Chile en un Fairchild solamente buscando que sea más barato y terminan sometidos a semejante prueba. Y no digo que el heroísmo esté solo en los sobrevivientes, hubo muchos héroes que no volvieron, según los relatos. Ayer recordaba una película que muestra lo contrario, Nacido el 4 de Julio, con Tom Cruise, donde el tipo quiere ser un héroe, lo busca y termina en el otro polo al darse cuenta de lo pelotudo que había sido. Uds. no quisieron ser héroes pero lo fueron de una manera de la que es difícil encontrar palabras.

Solo una pregunta más, Pedro, y disculpame porque siento que estoy abusando de tu amabilidad.

¿Pensaron alguna vez en hacer algo así como un museo o un museo-memorial que incluya también la memoria de los que murieron?

Creo que algunos de mis «hermanos sobrevivientes» andaban en eso en algún momento. Yo no. Yo he tenido con el tema una relación especial. Por muchos años no le di ninguna importancia y me molestaba que se hablara de películas, libros y monumentos. Todavía hay cosas que me molestan mucho, todo lo que hace a la banalización y comercialización del tema no me gusta. A veces no entendemos lo que hacemos. Yo he estado siempre en contra de hacer un monumento.

Aprovecho para contarte también que con referencia al «luto por el amigo muerto», ese yo no lo sentí. Allí arriba estábamos blindados, no nos dábamos el lujo de sufrir, de pensar en nuestras casas, en nuestras familias. A mi se me murió un amigo en mis brazos, pero lo lloré unos segundos, después de muerto, ya no era él, y me puse su abrigo porque hacía frío. Y hoy no me genera ningún remordimiento, ninguno de nosotros ha tenido pesadillas con el tema.

En fin, te mando un abrazo, perdóname la lata, pero si querés decirme algo más, bienvenido sea, me encanta tratar de entenderlo más.

Hola, Pedro, me dejaste pensando mucho con tu respuesta, me desperté con eso en la cabeza, así que te vuelvo a escribir. Siento que tu posición y tu voz son muy importantes en lo relativo al tema del manejo público de la tragedia de los Andes. Tu voz nos alerta a todos de los riesgos de banalización del tema, en unas sociedades como las nuestras, altamente mediatizadas y ávidas de temas de consumo masivo, dispuestas a trivializarlo todo y vaciarlo de contenido.

Por otro lado, pienso que la tragedia de los Andes es un hecho histórico, y que aún no hemos podido darle enteramente ese lugar en nuestra sociedad, tal vez porque no es un hecho político ni una gesta deportiva. Es más, acordate Pedro, ya que tenías 21 años, lo que eran los países del cono Sur en el 72!!! Radicalización ideológica, intolerancia fratricida, violencia descontrolada, y en medio de todo aquello aparece la tragedia de los Andes, como un rayo de luz en medio de las oscuridad, con toda su belleza trágica a contrapelo de lo que sucedía. Creo que nos cuesta asimilarla porque tenemos la cabeza formateada para dar trascendencia únicamente a los hechos políticos, es una gran limitación.

Pero también está el riesgo de hacer de la tragedia de los Andes un ícono de consumo popular y masivo, vaciado de contenido, hacerla una especie de nuevo Maracaná, con Canessa y Parrado como nuevos Schiaffino y Giggia.

Y siguiendo el mismo tipo de inquietud que vos planteás, quería preguntarte porqué decidieron ponerle al sitio Web Viven, manteniendo el nombre aquel del primer libro. Disculpame si no es pertinente lo que te pregunto, pero mi inquietud va por el lado que a vos te preocupa con mucha razón, la del tratamiento público del tema. Porqué? Porque el nombre Viven incluye solamente a los sobrevivientes, y vos me dirás que es obvio porque es un sitio de los sobrevivientes, pero mi inquietud apunta a interrogarme si es posible comenzar a integrar a los muertos de otra manera en el manejo público del tema, porque en lo privado creo que sí lo hacen. Casi dos tercios de los que viajaron no regresaron. Por eso mi pregunta sobre algo como un museo-memorial que reúna todos los aspectos de la tragedia, incluidos los muertos, ya que Viven los excluye.

No sé si pude explicarme bien, y si te parece un bolazo por favor decimelo.

Así es, siempre me molestó que se nos compare con Maracaná. Quizás ahora menos que antes, porque aprendí a vivir con el hecho de que a mucha gente le interese y le impacte el tema. Pero además, uno al exponerse públicamente está sujeto a que le peguen y les pasen facturas. Es el riesgo que corremos, y si lo banalizamos mucho, peor.

Por otra parte, mis compañeros que vivieron siempre en Uruguay, vivieron más cerca que yo de los familiares de los muertos. A mi no me pasó, pese a que conozco algunos. Pero si he pensado poco en mi vida en el accidente en si, menos he pensado en los chicos que no volvieron. Hubo que dar vuelta la hoja y seguir adelante. Así de simple. De todas maneras, ahora estoy en un proceso de mirar para atrás y volver a encontrarme con gente relacionada con el tema, que solo vi brevemente cuando bajé de la montaña cuando aún no estaba preparado para el encuentro. Ahora estoy más «disponible», me gusta hablar con ellos y me ayuda a entender más lo que nos y les pasó.

El sitio Web se llama «viven» por el libro de Read. Nos conocen como el grupo «viven». Por eso se llama así. Yo personalmente trato de no mezclarme con homenajes a los que no volvieron. Ya te dije, no me gustan los monumentos y los que volvimos tenemos que mirar para adelante.

Perdoname si soy un poco brutal

Me interesó mucho lo que escribís sobre el estrés post traumático. Lo de la traición de los jefes es novedoso, pero me parece más importante el tema de la «falta de violencia». Estás de acuerdo?

Conocés mi blog? Ahí hablo un poco de estas cosas. Fijate en una entrada que se llama «Reuniones difíciles«

Hola, Pedro, entiendo tu posición y no tengo nada para decirte al respecto, solo escucharte o leerte con mucha atención. Lo que decís me sirve mucho para no olvidar ni por un momento que existe un abismo entre haber pasado por la experiencia de la cordillera y escuchar los relatos sobre la misma. Para todos nosotros, salvo para Uds. 16, la cordillera es solo un relato, no cualquier relato, claro, pero relato al fin. Espero que no te hayan incomodado algunas de las cosas que te escribí, capaz que me metí donde no me llamaron.

Con respecto a lo que decís del trauma y la traición de los jefes está descrito en algunos libros sobre el tema del trauma de guerra. Pero el tema del trauma va mucho más allá que el de guerra porque en los diferentes tipos de traumas emocionales suele haber en la base este componente de traición, de abandono por parte de quien se supone que es el garante. Por ejemplo, un niño es abandonado por sus padres, o nace un hermanito y el niño es desplazado por otro, o la traición amorosa en la pareja, o el abuso sexual o la violencia de padres a hijos. Incluso los niños pueden adaptarse y soportar todo tipo de penurias y privaciones, hambre, frío, calor, pero si los padres los violan, abandonan, maltratan física o psicológicamente eso provoca un daño emocional muchas veces severo. Si vas a una casa cuna o a un hogar de niños huérfanos y hablás con ellos vas a ver que ninguno acepta que la madre los abandonó, todos te dicen que está trabajando o enferma y no lo puede tener pero luego los van a venir a buscar, dentro de poco, y te parte el alma pero es la manera que pueden sobrevivir, autoengañandose porque aceptar la verdad es la destrucción emocional. Es decir que en la base de muchos traumas emocionales está la traición del Otro, el que encarna ese lugar del garante del amor y las reglas morales, lo correcto etc.

Sobre el trauma de guerra hay un libro muy bueno de un Psiquiatra americano que trabaja con veteranos de Vietnam, Jonathan Shay, «Achilles in Vietnam», donde muestra como el trauma de guerra ya está descrito nada menos que por Homero en la Ilíada y lo compara con testimonios de soldados. Es muy bueno pero es muy específico del trauma de guerra, y si bien tiene puntos en común con otros traumas es algo que no se puede extrapolar así nomás. El capitulo uno se llama Betrayal o what is Right, precisamente, pero aplicado a la experiencia del ejército.

Por eso te decía que hubo soldados traumatizados de Malvinas y suicidados que nunca combatieron, que nunca dispararon ni les dispararon, y sin embargo.lo que les pasó es que se congelaban en las trincheras y no les daban ropa ni de comer y les aplicaban castigos terribles…. por lo tanto no alcanza con el factor violencia o combate para explicar el trauma.

Ese es precisamente el punto, que para los soldados no necesariamente la situación de guerra en sí es traumática, para algunos sí, por supuesto, pero las privaciones físicas y biológicas no tienen porqué serlo. Los soldados no son seres aislados, individuales, sino que pertenecen a un cuerpo estructurado, disciplinado, vertical, con un sistema de reglas y valores morales, donde ellos tienen obligaciones como la obediencia al superior, pero también tienen derechos que al mismo tiempo son obligaciones de los oficiales responsables de su trabajo y de sus vidas, nada menos .Se supone que los soldados deben ser mandados por los oficiales pero también provistos de todo lo necesario como abrigo, comida, armas adecuadas, descanso, sistemas de disciplina razonables y no sádicos, es decir que el oficial es responsable por el bienestar y la seguridad de la tropa, se da una relación muy vertical casi como de padre-hijo, por eso es que el soldado queda en una posición de extrema vulnerabilidad, porque él no decide nada, todo depende del otro. Y si ese oficial es un hijo de puta o un cobarde incompetente y no está a la altura de su función, el soldado está en problemas serios. Mirá los libros, películas, documentales sobre Malvinas y vas a escuchar esto hasta el cansancio casi. No es el hecho en si del congelamiento lo traumático, sino el sentido que adquiere en relación al Otro.

Lo de Uds. fue bien diferente porque no estaban en situación de ser traicionados por superiores de los cuales dependiesen ni armaron internamente una estructura que pudiera terminar en eso.

Los soldados se congelaban, se gangrenaban, les amputaban las piernas, pasaban hambre, tenían que salir a robar comida sabiendo que el castigo era estar estaqueado desnudo todo un día bajo la lluvia y el aire helado. Uds. de pronto tuvieron más hambre y más frío, pero para ellos eso no era una fatalidad accidental, esa es la diferencia, para ellos esa era una decisión deliberada de los oficiales, había una intención maligna, ellos fueron traicionados en relación al código, utilizados como mera carne de cañón y para peor cuando regresaron se encontraron con que todo el país había donado toneladas de abrigo y alimentos, joyas, dinero para ellos y eso jamás les llegó, se lo vendieron todo los oficiales corruptos que los traicionaron. Y para peor la sociedad luego los negó.

Ese es el punto clave, no el frío en si, que ya es bastante jodido, sino la significación diferente que en el caso de Uds. y de ellos adquiere el sufrimiento. Uds. nunca sintieron que lo que les pasó haya sido mala voluntad o malicia de Otro del cual dependían, lo tomaron como la fatalidad que fue. Entonces está el sufrimiento extremo pero con la otra variable decisiva que es el porqué se sufre y el para qué se sufre, esa vivencia puede ser muy diferente aunque el sufrimiento físico sea más o menos equivalente.

Creo que una de las cosas maravillosas que hicieron Uds. allá arriba fue intuitivamente generar eso que hasta tiene un nombre puesto por Uds. La Sociedad de la Nieve, que es exactamente lo contrario de lo que tuvieron los soldados en Malvinas, ellos estaban atados a una estructura que no les permitía hacer nada ni parecido a lo que pudieron hacer Uds. Estaban expuestos a las bestialidades de los oficiales que debían cuidarlos, a riesgo de rebelarse y ser declarados desertores y ser fusilados.

Es decir que en lo que luego es traumático hay de base un componente que no tiene tanto que ver con las situaciones objetivas en juego sino con los elementos intersubjetivos.

Por ejemplo, si ves el libro de Shay encontrás un testimonio de un soldado de Vietnam, traumado de guerra que está así por la violencia, pero no por la violencia de la guerra en sí, ya que está legitimado y permitido matar en la guerra, es lo que hay que hacer. Está así porque el comandante los hizo disparar en la noche contra gente que al otro día vieron que eran pescadores con niños, y al oficial no le importó un carajo, es decir que el tipo los estaba haciendo transgredir el código que se suponía debía él respetar antes que nadie, entonces no es la violencia en sí, ni la violencia contra él y sus camaradas sino la significación de esa violencia que pasa por la relación con el oficial a cargo.

Todo esto sin desconocer que hay variables individuales que son muy decisivas en el trauma, pero no hay que perder de vista los contextos en los que se producen y los sistemas de valores y formas de significación que cada contexto se da. Ortega y Gasset decía yo soy yo y mi circunstancia, son elementos inseparables, no hay yo sin circunstancia, no hay yo separado de los contextos humanos y sus sistemas de significación. Y el trauma no escapa a esta máxima.

Con respecto a bibliografía, lo que más vas a encontrar son las descripciones de los trastornos de stress postraumático, en la Web los tenés todo, son descripciones psiquiátricas, están muy bien, pero este tipo de cosas que te estoy diciendo ya es más complicado porque muchas veces implica tener ciertos conocimientos teóricos previos que ha tratado de ahorrarte para no complicar ni aburrir.

Bueno Pedro, suficiente lata no? Pido disculpas nuevamente

Un lujo, me has ayudado un montón.

Estás en Montevideo?

Si te parece un día que vaya te llamo y tomamos un café.

Voy a escribir algo de esto en mi blog, me obliga a acalarar algunas ideas. Después te lo mando.

Claro que si, Pedro, ha sido para mí un placer este intercambio contigo y te digo sinceramente que he aprendido tanto de tus repuestas como de tu testimonio en el libro, el cual me pareció de los más originales, así como de tu manera de manejar subjetivamente la tragedia en este largo periodo post-cordillera. Muy interesante tu relación al pasado y la memoria del hecho y tu estrategia de supervivencia tanto allá como luego hiciste para hacer tu vida sin que eso te jodiera demasiado. Por otra parte me sirvió mucho saber que además de caerte en los Andes hiciste una vida con un montón de cosas importantes que vos mismo decidiste, me sirvió despegarte del personaje flaco y barbudo que levanta los brazos saludando al helicóptero.

Por supuesto que me gustaría alguna vez charlar contigo, si, vivo en Montevideo, si algún día te parece llamame.

Preparé esta entrada para mi blog en referencia a nuestros mails. Si sale bien, lo publicaré en 2 o 3 semanas.

Fijate si está bien o tiene errores conceptuales grossos. O querés hacer alguna sugerencia. Tengo un par de ex combatientes que me leen que seguro harán algún comentario cuando lo publique.

No te menciono, pero si te animás puedo mencionarte por tu nombre. Como tú quieras. En general no identifico otros pero si querés lo puedo hacer.

Te mando un abrazo,

Hola Pedro, creo que está bien en términos generales, pero vos sabés que con las cosas que te escribí estuve hablando en un nivel de generalización en el cual es necesario moverse pero cuando pasamos a los casos individuales la cosa es más compleja, creo que es importante diferenciar esos dos niveles de análisis, no porque sean cosas diferentes sino por una cuestión de método, no se puede hablar en todos los niveles al mismo tiempo. Esas son reflexiones del contexto general. Esto te lo digo porque también hay casos de tipos que van a la guerra y cuando escuchan los primeros tiros y explosiones pueden entrar en pánico y quedar con secuelas, así como también el hecho de que un soldado permanezca en el frente más de cierta cantidad de tiempo, creo que es un año, es un factor importante etc. Una aclaración importante es que no soy médico, soy licenciado en psicología y psicoanalista, si vas a citar mi profesión prefiero presentarme públicamente como psicoanalista. Si querés poner mi nombre no tengo problema, e incluso si hay gente que se enganche en el tema no tengo problema en que lea nuestro intercambio de mails. Al fin y al cabo es un tema público, y estaría bueno escuchar otras voces sobre esta cuestión compleja del trauma. Un abrazo

POSTED BY PEDRO ALGORTA AT 3:10 PM

7 COMMENTS:

Miguel Savage said…

Querido Pedro : Gracias por esto…aplaudo de pie este dialogo con Diego Nin.
Lo que dice Diego aqui es exactamente lo que yo vengo pensando…la cordillera y malvinas tienen muchos puntos en comun, solo que Ustedes peleaban contra la implacable naturaleza y nosotros , ademas de la naturaleza tuvimos dos enemigos : nuestros oficiales y los ingleses, y te digo que todavia siento bronca hacia nuestra oficialidad, en cambio contra los ingleses no tengo nada, si me trajeron de vuelta a madryn en el canberra, un transatlantico de lujo, tomando el te..es mas, puedo sentarme a tomar una cerveza e intercambiar historias con ellos. El trato infrahumano por parte de nuestros oficiales, el sentirnos carne de cañon, utilizados por la dictadura que cinicamente trataba de forzar una pasion nacionalista sobre nuestras espaldas…desnutridos y desesperados civiles sin entrenamiento.
Y el regreso a la civilización …lo que charlabamos allá en los pozos era : nos van a recibir como heroes…las chicas se van a pelear por salir con nosotros…nada de eso ocurrio. La sociedad Argentina, que habia apoyado fervientemente a galtieri, se sintió estafada , y quizo olvidar para siempre. Encima los milicos nos amenazaron e hicieron que firmaramos declaraciones juradas con el compromiso de no contar nada de lo que paso en las islas.
Por eso tenemos mas de 400 compañeros que se quitaron la vida …la sensacion de que todo ese sufrimiento fue en vano. Uds en los Andes formaron esa sociedad, esa maquina perfectamente aceitada para lograr el objetivo final,y esos extraordinarios comportamientos colectivos que Uds realizaron llevaron a que la sociedad mundial los reconozca como lo que son, heroes, y Uds , mas alla del enorme trauma, sienten orgullo de como lo resolvieron, y de como se lo contaron a la sociedad, cuando esta , al principio los quizo condenar. Las guerras son algo mas complejo, y les paso a los ingleses tambien ojo…malvinas es la guerra britanica con mas suicidios en su historia (en relacion al numero de soldados que participaron).
Ellos no sufrieron tanto la traicion de los jefes, pero si cuando termino, les dieron la medallita y a casa…a nadie en Inglaterra le preocupan los veteranos ingleses…la gente se olvida…pero el veterano,ya sea argentino o ingles no se olvida, tiene a malvinas en su mente todos los dias.
Yo estoy escribiendo un libro, para darle un sentido al dolor…pense que lo mejor seria escribir, para asi contarle al mundo que Argentina tiene heroes anónimos, y lo cuento despojado de nacionalismo. Mi búsqueda del sentido se va a canalizar en denunciar a los militares, porque malvinas fue el capitulo final de esa cruel dictadura, y nosotros los colimbas, sus victimas directas.
Pucha, me sentaria con vos y este capo de Diego Nin a charlar horas…
Que bien me hizo leer esto Pedro

Un gran abrazo a vos y a Diego !

Miguel Savage
www.viajemalvinas.com.ar

FEBRUARY 4, 2009 AT 11:49 PMSantiago said…

Este es le mejor post que has publicado hasta ahora. Raro que haya generado más comentarios. ¿Será que nos dejaste pasmados?

FEBRUARY 16, 2009 AT 12:44 PMAnonymous said…

queridos Pedro y Diego, me parecio muy enriquecedora la opinion del profesional en esta materia de los traumas. Yo como sobreviviente siempre me emociono muchisimo lo que paso en la conferencia de prensa en la cual eramos solo 8 o 10(faltabas tu Pedro, Roy, Javier,Alvaro,Nando,Bobby y creo nadie mas)Esa noche que llegamos cargados de una emocion enorme, pasamos del aeropuerto al gimnasio del christian y alli entre los flashes empezamos con total pureza e ingenuidad a relatar lo que nos habia sucedido adelante de periodistas y publico. El aplauso cerrado que vino despues del relato de Pancho, esa aceptacion y perdon del publico creo fue lo mas curativo,. Nunca me habia puesto a pensar de la importancia que habia tenido esa respuesta de la gente hacia nosotros(lastima no la pudieras vivir tu Pedro)Gracias Diego aunque no te conozco, me ayadaste a entender porque yo le daba tanta importancia a ese hecho. Abrazos .Fito

FEBRUARY 17, 2009 AT 7:23 PMPedro Algorta said…

Gracias Miguel Savage por tus comentarios tan personales sobre tu experiencia en Malvinas, gracias hermano Santiago por apreciar esta entrada en el blog, y gracias «hermano sobreviviente» Fito por tu aporte. La verdad es que me perdí ese «aplauso sanador» y gracias por traerlo al blog.

FEBRUARY 19, 2009 AT 10:27 PMfrancisco said…

Un lujo este elevado intercambio entre Pedro y Diego.
En mi humilde opinion ese «aplauso sanador» en la conferencia estaba compuesto por una enorme cuota de admiración y reverencia del público a un grupo de cuasi adolescentes que le estaba mostrando al mundo una experiencia de amor a la vida y de aferrarse a ella pocas veces vista y por una mínima cuota de perdon, que seguramente vendría de las familias de los muertos.

FEBRUARY 23, 2009 AT 1:17 AMCharo said…

No me atrevo ni a escribir Pedro, he leído con gran emoción tus mensajes y aún no puedo creer que una de las personas que más admiro desde jovencita siga teniendo tanta generosidad de compartir con los demás como las teneis vosotros.
Yo tenía 14 años cuando tuvisteis el accidente, recuerdo que me impresionó muchísimo vuestra historia, y la seguía a través del diario español: Pueblo, a escondidas de mi familia que no me permitían leerlo pues pensaban que me impresionaría mucho.
Ellos no saben hasta que punto me impresionó vuestra historia, con el paso de los años una amiga me prestó Viven, lo leí muchas veces, me daba fuerzas, valor y valentía, al cabo de mucho tiempo vi la película, y cuando años después la descubrí en video la compré, volví a comprarlo muchos años después en DVD.
Ahora tengo cuanto material sale sobre el tema, todos los libros, etc.
Mañana es el día de la madre en España, ¿sabes que me ha regalado mi hijo?: La sociedad de la nieve, y no puedo dejar de leerlo, lo recomiendo a todas las personas que lean este blog, es un canto a la vida, os agradezco tanto vuestra generosidad al confiarnos estos recuerdos….
GRACIAS DE CORAZÓN, desde España una persona que os admira en la distancia.

MAY 2, 2009 AT 12:57 PMbostonrunner said…

Gracias, Miguel, por enviarme este impecable y valiosísimo «brainstorming» que puede ayudar a tantos a comprender temas tan complejos, incluídos – como en mi caso – los que tenemos la fortuna de no padecer situaciones traumáticas intensas. Ya mismo se lo estoy reenviando a mis amigos Veteranos de Guerra…
Muchas gracias nuevamente…

Marcelo De Bernardis.
www.malvinas42k.com.ar

MAY 6, 2009 AT 6:14 PM

Clarín, Ultimas imágenes de las Islas

Diario Clarín 2 de abril de 2007

Clarín en Malvinas: últimas imágenes de las islas +Ver Artículo Original)
Dos enviados del diario, Eduardo Longoni y Eduardo Belgrano Rawson, viajaron al archipiélago para el 25 aniversario de la recuperación argentina. Aquí, un recorrido por las mejores fotos para recuperar su pasado y su presente.

LLEGADA. La bahía de Puerto Argentino fue uno de los primeros lugares que visitaron los enviados de Clarín. (Eduardo Longoni)

MISTERIO. Una zona de estancias, en Pradera del Ganso, camino a un descubrimiento especial. (Eduardo Longoni)

CASI INTACTO. Así descubrieron al Pucará que piloteaba el Mayor Carlos Tomba en una zona cercana a Pradera del Ganso. (Eduardo Longoni)

DERRIBADO. El avión fue atacado el 21 de mayo por una patrulla de Sea Harrier británicos. El piloto argentino salió ileso. (Eduardo Longoni)

EN DARWIN. Restos de mantas en una trinchera argentina. Allí se estableció la Compañía C del Regimiento 25. (Eduardo Longoni)

RESTOS. Una cocina de campaña en Wireless Ridge, escenario de una de las últimas batallas de Malvinas. (Eduardo Longoni)

SEÑALES. Una posición argentina en Wireless Ridge, escenario de la última batalla antes de la rendición en Malvinas. (Eduardo Longoni)

SANTUARIO. Posición argentina, en Monte Longdon, donde se produjo uno de los combates más sangrientos de la guerra. (Eduardo Longoni)

REPLICA. La misma trinchera, vista desde su interior, el 10 de febrero de 2007. (Eduardo Longoni)

TUMBELNDOWN. Cocinas de campaña del 5to Batallón de Infantería de Marina. (Eduardo Longoni)

OXIDADO. Los restos de un vehículo militar, en una de las posiciones argentinas de Monte Longdon. (Eduardo Longoni)

VAINAS. Balas de Fal en una posición argentina en Apple Pie, Wireless Ridge.(Eduardo Longoni)

POW. “Prisioner of war” o “prisionero de guerra”, en un galpón de esquila de ovejas en los que alojaron a más de 1000 argentinos. (Eduardo Longoni)

HISTORIA. La familia Lowe guarda el pullower que el conscripto argentino Miguel Savage les devolvió en 2005. Lo había sacado de su casa abandonada durante la guerra. (Eduardo Longoni)

ANONIMO. La placa que recuerda a uno de los tantos soldados argentinos que cayeron durante el conflicto, en el cementerio de Darwin. (Eduardo Longoni)

LÁGRIMAS. La lluvia empaña la vista en el cementerio de Darwin. (Eduardo Longoni)

 

La serie Malvinas, la guerra y la paz intenta mostrar la vida de los habitantes de las islas y los campos de batalla de 1982. En la ciudad, los kelpers tratan de olvidar la guerra y en los alrededores aparecen restos de lo que fueron las posiciones argentinas arrasadas por las tropas británicas en pocos días. Hay en Malvinas nostalgia, viento y tristeza. Fue el escenario de una guerra absurda, quizá la más absurda de las guerras».

Estas son palabras de Eduardo Longoni, el fotógrafo de Clarín que viajó al archipiélago en 2007, para el 25 aniversario de la recuperación de Malvinas. Fue acompañado por el escritor Eduardo Belgrano Rawson y –entre los dos- construyeron la primera entrega de un suplemento especial que editó Clarín para aquel 2 de abril.

A 27 años del comienzo de la contienda, el material fotográfico de Longoni es un testimonio único para recorrer la historia del archipiélago, su pasado y su presente.

El viejo pulóver que un soldado argentino devolvió a Malvinas

Diario Clarín. Artículo del 2 de abril de 2007

MALVINAS 25 AÑOS DESPUES : HISTORIAS DE LA GUERRA

El viejo pulóver que un soldado argentino devolvió a Malvinas

Miguel Savage fue a la guerra sin saber usar un arma. Quebrado por el frío, tomó un pulóver de una casa cuyos habitantes kelpers no estaban. El año pasado regresó, devolvió la prenda y dejó una carta.

AQUELLOS RECUERDOS. MIGUEL SAVAGE, EN SU CASA DE VENADO TUERTO, RODEADO DE FOTOS FAMILIARES, CUENTA SU EXPERIENCIA COMO SOLDADO EN MALVINAS.

Mauro Aguilar VENADO TUERTO ENVIADO ESPECIAL

[email protected]

La vida de Miguel Savage, clase 62, integrante del Regimiento 7 de Infantería Mecanizada de La Plata, se confundía con el infierno en junio de 1982. Estaba cruzado por el frío que atraviesa el otoño de Malvinas. Con la mirada enturbiada por el hambre capaz de diezmar su cuerpo hasta restarle veinte kilos en apenas dos meses de estadía en las islas, se recuerda en aquel tiempo como un «esqueleto con casco».

A punto de quebrarse, un pulóver, una sencilla prenda arrebatada de una estancia kelper, asegura, logró salvarle la vida, abstraerlo de aquel estado de abandono terminal . Savage, quien hoy habita una bucólica vivienda en Venado Tuerto, en el sur de Santa Fe, y tiene un comercio de materiales para el agro y la construcción, vivió aferrado a esa conmovedora historia y a ese abrigo durante 24 años.

En febrero de 2006 decidió regresarlo a sus dueños, en una más de las postales estremecedoras que ofrece la vida de Savage, protagonista de una película pacifista emitida sólo en Europa —» Con la mano de Dios», en referencia al gol de Diego Maradona en México 86—, amigo entrañable del pintor kelper James Peck y de su padre Terry, contra el que combatió en la cruenta batalla de Monte Longdon, y acérrimo crítico de una aventura bélica que, considera, «nunca debió ocurrir».

Su relato desgarra. El 8 de junio, con un Ejército argentino cercado por el poderío inglés, Savage, junto a cuatro compañeros y un suboficial, iniciaron una caminata hacia una granja cercana al río Murrell. La misión perseguía el objetivo de desactivar una posible base de operaciones por la vía pacífica y, de no ser posible, combatir hasta reducir al enemigo. Soportando fríos extremos, atravesaron una ría y sortearon campos minados. Zafaron incluso del fuego del enemigo, que observaba desde lo alto, pero que optó por no atacar para no delatar su posición.

«Arrancamos apenas aclaró, bien temprano. Debe haber sido el día más frío de Malvinas, con veinte grados bajo cero. Con veinte kilos menos y desesperados, nuestra mente divagaba. No teníamos conciencia del peligro. Ibamos con un compañero que tenía un planito donde habían puesto las minas. Y a cada rato se rascaba la cabeza y decía: ‘no me acuerdo si era por acá o por acá’. Fue una caminata extenuante. Habremos tardado más de cinco horas», reproduce con precisión cinematográfica.

Su inclusión en el grupo, no sabiendo ni siquiera manejar un arma, tenía un solo objetivo: oficiar de traductor a partir de su manejo del inglés.

«Llegamos a la casa y los seis nos tiramos cuerpo a tierra, a mirar con largavista. El miedo era terrible. Había ventanitas en la casa y dijimos: ‘Se rompe una y nos sacuden con una ametralladora’. Sabíamos que había peligro. Ingleses o kelpers que nos podían tirar. Pero era más la desesperación de pensar qué podíamos afanar de comida dentro de la casa, que el miedo. Ese hambre enceguece», explica con tono desolador. «Nos estábamos muriendo. Literalmente nos estábamos muriendo», insiste para darle la dimensión exacta a aquel momento límite.

Esa necesidad lo obligaba a pensar sólo en lo básico, sin registrar incluso la estatura del peligro que los acechaba. Sólo era cuestión de saciar un instinto básico. «Si morimos, morimos, pero primero tenemos que comer», se repetían los integrantes de la misión como intentando darse fuerza entre sí para superar cualquier obstáculo.

Luego de una primera inspección de sus compañeros en los alrededores de la granja, el sargento ordenó a Savage que lo acompañara al interior de la vivienda. Patearon la puerta de la cocina y el soldado irrumpió en la casa gritando en inglés: «Si hay alguien venimos a charlar, no se pongan nerviosos, queremos revisar e irnos». Sus palabras sonaban casi a un ruego para que nadie los atacara.

Al ingresar encontró silencio y un desayuno a medio tomar. «La casa era linda, la sentí acogedora, como la casa de mi abuela. Hasta los olores eran familiares», precisa como si describiera una postal que no se altera con el paso de los años. Subió una escalera con el miedo y la adrenalina apoderándose de su cuerpo. «El corazón me reventaba el pecho. No me paraba de temblar el cuerpo. Me dieron un FAL cargado, pero no sabía ni tirar», explica Savage, a quien el servicio militar sólo había preparado para barrer y cebarle mates a Don Aldo, un jubilado ferroviario encargado del polígono, en La Plata. «Mi preparación era comprarle bofe al gato de Don Aldo», explicaría luego a Clarín entre risas.

Tras comprobar que no había ocupantes en la planta baja de la vivienda, dividió las tareas con su superior. Recorrieron un pasillo en el piso superior y Savage ingresó en el cuarto matrimonial. Lo sorprendió una cama doble perfecta, una dependencia con cortinas y una decoración cuidada que compara con una hostería o una estancia de campo.

Al confirmar que el lugar estaba deshabitado, se relajó. Automáticamente afloró en él un espíritu de supervivencia. Tras abrir «ansiosamente» los cajones, dio con el pulóver salvador. Y cambió su óptica sobre los padecimientos que sufría. «Era un pulóver inglés lindísimo, con borda azul y cruz. Me lo puse en la nariz y sentí el olor a limpio, a perfume, a naftalina. Y dije: ‘Qué lindo, esto es como estar de vuelta en casa’. Me saqué la ropa mojada y me puse ese pulóver y una bufanda, y un gorro, y medias de lana. Ese momento fue mágico», explica emocionado.

El relato no tiene pausas: «Me invadió una sensación de paz, como si estuviera Dios ahí. En ese momento y como un alma que me hablaba, aunque no escuchaba la voz, sentí como que alguien estaba ahí y me decía ‘quedate tranquilo, ya termina esto, te volvés y vas a vivir’. Una sensación increíble. Una enorme sensación de paz, un calor en el cuerpo».

Aquel hallazgo modificó su humor. «Me sentí más fuerte», precisa. Robó comida y se alimentó con desesperación. «Comí tres panes de manteca sola, al hilo, como un perro», añade para dar una idea de la desesperación que atravesaba a aquel grupo de soldados. Del lugar se llevó además cajas de avena, fósforos, velas y azúcar.

Pero no fue lo único que tomó de allí. «Mirá lo que es la mente humana: agarré fotos. Diecinueve años, en ese estado —vuelve a asombrarse—. Yo había sentido esa experiencia trascendental del pulóver y manoteé fotos de la familia. Dije: ‘A este lugar voy a volver algún día y con esta gente voy a hablar’. Desde el instante que entré a la casa tenía esa idea de hacer contacto».

Ese momento llegó en febrero de 2006. Luego de un primer encuentro con Sharon Mulkenbuhr, hija del matrimonio que habitaba la estancia Murrell, en febrero del año pasado visitó el lugar con la intención de cerrar ese capítulo de su historia.

«Cuando iba llegando, el corazón se me salía del pecho. Revivía escenas de aquel día llegando con veinte kilos menos, con el uniforme, con el sargento, con mis compañeros. Se me mezclaba el pasado con el presente», explica compenetrado con el relato.

En la estancia lo recibió Lisa, hermana de Sharon. El pulóver, que por consejo de un amigo se suspendía enmarcado en una pared de su casa, en Venado Tuerto, volvió entonces a manos de sus antiguos dueños junto a una nota de puño y letra en la que Miguel expresaba su agradecimiento. Con lágrimas en los ojos, Lisa reconoció el abrigo de su padre, ya fallecido. «Acá, en esta casa, sentí que alguien me protegió. Y venía a decírselos, veinticuatro años después», le dijo a la muchacha sollozando, mientras se desprendía del preciado objeto.

«Esa casa fue como un salvavidas en el océano para mí. Esa casa y ese pulóver me salvaron la vida», remata con sencillez desgarradora Miguel, ataviado ahora con una remera oscura de algodón, en una cálida tarde de marzo. Lejos del frío, del hambre y de la muerte. Lejos de los horrores de la guerra que cada tanto se adivinan detrás de su mirada cristalina.

MAuro Aguilar

Una carta de agradecimiento

El pulóver descansó en un cuadro hasta el momento de su devolución acompañado por una carta en la que Savage expresaba sus sentimientos sobre aquella experiencia. El texto que entregó junto al abrigo es éste:

«Este pulóver me dio abrigo en un momento de tremenda exposición. La temperatura era de -20 C. Estaba mojado y ya había perdido 17 kilos (pesaba 55 kilos). Lo tomé «prestado» de una estancia en las Malvinas, a cinco horas de caminata desde nuestra posición, cerca de Monte Longdon, habiendo cruzado el río Murrell. Llegamos hasta allí con seis soldados integrantes de un operativo. Yo iba como intérprete. El objetivo era destruir un equipo de radio que transmitía a la flota inglesa.

Afortunadamente no había nadie y pudimos revisar, aunque muy nerviosos, todo el lugar. El sitio era lindísimo, con vista a ondulaciones y entradas del mar. Pensé en lo pacífico del lugar y en lo absurdo de esta guerra. Lo sentí realmente familiar y fue como revisar la cómoda de mi abuela.

También lo usé (estando) como prisionero a bordo del Camberra, tomando el té con la plana mayor de oficiales de la Task Force, que junto con todos los medios británicos me ‘sometieron’ a una verdadera conferencia de prensa, asombrados como dicen en muchos libros de cómo habíamos logrado sobrevivir a semejante rigor climático sin suficiente alimento.

Pensé devolverlo a sus dueños, en mi primer visita a las islas, pero un amigo me convenció de que no lo hiciera. ‘Este pulóver forma más parte de tu historia que la de ellos’, me decía.

En el momento de ponérmelo sentí una enorme paz. Sentí una energía especial, como que alguien de esa casa me decía que volvería con vida, que volvería a casa y que esta guerra que nunca debió ocurrir se estaba terminando».

La guerra en 10 datos

El desembarco de fuerzas argentinas en Malvinas se produjo el 2 de abril de 1982.

La fuerza terrestre, el Ejército, dispuso de 10.001 hombres.

El Ejército británico utilizó desde la salida de sus tropas hasta el fin de la guerra a 10.700 efectivos.

El mayor desembarco de soldados ingleses se produjo en la Bahía San Carlos.

Los principales enfrentamientos por tierra se registraron en las cercanías de Puerto Argentino y en la zona de Darwin.

Los combates más sangrientos por el mayor intercambio de fuego se desarrollaron en la zona de Monte Longdon.

Las bajas de cada bando en sus ejércitos (sin contar Armada y Fuerza Aérea) fueron 195 argentinos y 149 británicos.

En toda la guerra hubo, además de los muertos, 1.188 heridos argentinos y 777 heridos británicos.

Las fuerzas inglesas fueron superiores en pertrechos, armamentos y asistencia logística a sus soldados.

La guerra terminó el 14 de junio con la rendición del gobernador argentino Mario Benjamín Menéndez.

La Casa de John

Diario Clarín 2 de abril de 2007

MALVINAS HOY: LA GUERRA Y LA PAZ
La casa de John

Un día, John estaba con su hija en la vereda, mirando a los argentinos que marchaban a los montes, cuando ella le preguntó: «¿Son hombres malos?» «No», dijo John. «Son hombres atrapados en una mala situación». Es lo que John Fowler pensaba entonces y todavía sostiene. Estaban todos compartiendo una situación triste e innecesaria.

Con el correr de las horas, sucedió algo extraño. Los soldados se perdieron de vista. Puede que ya estuvieran en las afueras, ocupando sus posiciones. Por eso las calles lucían desiertas. «¿Qué pasó?», pensaban los residentes. Una legión de soldados que deambulaban con sus equipos pesados, de pronto desaparecieron del pueblo.

El tiempo seguía firme, no tan bueno, quizá, como la primera semana de abril, que había sido grandioso. La broma del día era: «Como Dios es argentino ahora sólo tendremos buen tiempo». Los isleños habían recibido instrucciones de quedarse adentro, pero muchos salían al patio a comerse un asadito.

La mañana del desembarco, por la casa de John, habían pasado los buzos tácticos arreando a un grupo de prisioneros. Eran los volunteer corps, que calzaban sus antiguos uniformes de rezago, portando efectos y armas en una bandera británica. Al lado de las tropas argentinas, lucían como una hinchada menesterosa que venía de perder el campeonato. John no se atrevió a sacar una foto, cosa que todavía lamenta, pues hubiera sido un adecuado recuerdo de aquel otoño apacible, cuando parecía que todo iba a arreglarse, que alguien terminaría diciendo corten con esta locura.

La invasión los había dejado mudos, porque estaba fuera de todo cálculo. Si a algo le temían los malvineros era al gobierno británico, que parecía resuelto a entregarlos a la Argentina. Durante los últimos tiempos, no habían parado de preguntarse por su destino. De ahí que la reunión con Rex Hunt los tomara desprevenidos. El gobernador había convocado a los funcionarios y John asistió en su carácter de director escolar. Al gobernador le habían avisado de Londres que se venía un desembarco argentino. Eso fue cuanto dijo. Al día siguiente salió agitando una cortina de rendición, enganchada en la punta del paraguas.

Dentro de todo, reconoce ahora John Fowler, refiriéndose al desembarco, el trato a los civiles fue bueno. Un jefe de policía argentino-irlandés que empezó a matonear a los malvineros, fue despachado al continente. En cuanto a los casos de robo, se trató de incursiones a casas abandonadas de soldados que buscaban provisiones o asaltaban un gallinero. Por su parte, los malvineros se compadecieron más de una vez de los argentinos que pedían comida por las casas. Los sabotajes nunca fueron sanguinarios. Cada tanto aparecía una línea telefónica cortada o algún recluta aterrado por las fábulas de los gurkas. Un especialista en el género era un tal Eric. «¿Sabes cómo descubre uno si hay gurkas?», dicen que preguntaba. «Si al despertarte sacudes la cabeza y ésta rueda por el suelo, es que anduvieron los gurkas». Pero en Darwin como en Goose Green, las relaciones con los argentinos fueron muy tormentosas.

Todo abril fue tranquilo. Por momentos parecía un desembarco de Peter Sellers. Hubo corralito bancario, pero también se fijaron compensaciones por cada gallina abatida o ventana destrozada. Si alguien deseaba salir de la casa debía colgar un pañuelo blanco, así fuera para orinar en el bañito del patio. La radio argentina informó que a partir de entonces, todo el mundo manejaría por la derecha. Sin embargo, el farero local se las arreglaba para transmitir por radio a Inglaterra lo que le daba la gana. Mientras tanto, en las narices del gobernador argentino, los ovejeros hacían caravanas nocturnas con sus tractores y camionetas, transportando el material de los paracaidistas británicos.

El primero de mayo ya estaban ahí. Fue a la mañana temprano. Los Fowler tenían un bebito de días y John estaba en el living, intentando avivar el fuego, cuando sintió que explotaba la estufa. Era un Vulcan llegado desde Ascensión que bombardeaba el aeropuerto. La onda entró por la chimenea y lo tiró en la alfombra. Más tarde pasaron algunos jeeps con soldados malheridos, mientras brotaban columnas de humo rumbo al aeropuerto. Entonces empezaron a perder las esperanzas. Con este ataque aéreo y el hundimiento del Belgrano, era visible que había pasado la hora de las palabras.

Luego del toque de queda los Fowler debían quedarse en casa con las ventanas cubiertas, desde el crepúsculo hasta la mañana siguiente. Pronto recibirían algunos huéspedes, cuando los Harrier empezaron a atacar el otro lado del pueblo y la zona se volvió peligrosa. La casa de John pertenecía al gobierno y era sólida y espaciosa. Estaba considerada como una casa segura.

Entre los refugiados llegó Mary Goodwin, una típica anciana del campo, muy popular entre los científicos que recalaban en las Malvinas camino a la Antártida y paraban en su hostería. Para John fue una gran noticia, pues horneaba pan a diario, cocinaba de primera y siempre estaba contando alguna historia increíble. Junto con Mary llegó su hijo, un ex marinero al que le faltaba una pierna.

Otra refugiada fue Doreen Bonner, la mujer más dulce del mundo, que había consagrado su vida a cuidar de su hija discapacitada. Cheryl estaba en la cama desde que tenían memoria, no podía comer por sí sola y tampoco decía palabra. Solamente sonreía, sobre todo a su mamá. A los dieciocho parecía una nena de cuatro.

También llegó Susan Whitley, profesora de arte y economía doméstica, la esposa de su amigo Steve. En pocas semanas más, las tres estarían muertas. En cierto modo, diría John, el destino de Susan estuvo signado por su rabia frente a la guerra, pues cuando todo el mundo estaba lanzándose cuerpo a tierra, ella decía «No pienso tirarme al suelo». En otras oportunidades había dicho cosas así y bueno, aún estaba de pie cuando la derribó la explosión. Tenía veintisiete años.

Pero durante las primeras semanas de aquel otoño templado, nadie nombraba a la muerte. El mundo de John se había reducido a su hogar y al trayecto que mediaba entre la casa y lo de un amigo, propietario de una de las tres videocaseteras que había en Stanley. John tenía consigo la video del colegio, así que el paseo con Rachel para buscar alguna película, se convirtió en la salida obligada. Generalmente volvían rápido, pues John tenía el presentimiento de que algo sucedería en su ausencia.

En mayo pasó algo horrible. Estaba jugando con Rachel en el jardín cuando un avión de combate surgió de los montes, volando a baja velocidad, meciendo tristemente las alas, tan cerca de tierra que se veía al piloto. Las tropas de una colina cercana empezaron a tirarle. A juzgar por la balacera, parecía un aparato británico. Es fácil imaginar la desesperación del piloto al verse en aquel infierno, hasta que un cohete lo hizo saltar en pedazos. John no podía creerlo. Ahí, desde el patio de su casa, asistían al espectáculo de un grupo de seres humanos que cazaban a otro como una rata. Rachel, que sólo tenía tres años, entró a la casa despavorida. A partir de entonces cambió. Aquella nena segura y alegre se volvió introvertida y asustadiza. Probablemente sus depresiones futuras tendrían mucho que ver con su experiencia de aquella tarde.

John se había quedado con dudas sobre la identidad del avión, así que pasó por la escuela para buscar en la biblioteca un libro de aviones del mundo. Descubrió que se trataba de un Mirage argentino, derribado por error. Luego leyó en la gaceta argentina que conminaban a identificar bien los aviones.

La noche del cañonazo, John estaba con los niños en el refugio. Se enfureció al descubrir que Verónica no estaba con ellos. Su mujer detestaba el bunker, siempre oscuro y hostil.

Lo próximo que escuchó fue la voz de su mujer, gritando que había un incendio. Sintió que Steve le decía «mujer estúpida, no es un incendio». John saltó de alegría. Ambos se habían salvado. Pero entonces llegó Verónica a decirle que Doreen estaba mal. Cuando John entró al dormitorio, aún yacía en el suelo. Lo primero que distinguió fueron sus lentes cubiertos de polvo, una imagen que lo seguirá mientras viva. John presintió que Doreen estaba muerta; de lo contrario, no se hubiera quedado tan quieta con los anteojos así. Hay otros detalles que John no piensa contar, que van a quedar con él mientras viva. Steve le pidió que lo ayudara a levantar a Susan mientras clamaba por un espejito, pero era obvio que su esposa ya tampoco respiraba. Mientras tanto Mary estaba a los gritos, malherida y en estado de shock, preguntando si su hijo había sobrevivido al cañonazo.

Fue la penúltima noche de guerra. Sucedió de madrugada. Poco antes habían tenido un aviso. Un proyectil cayó en el jardín, pero John ni se enteró pues estaba durmiendo en el bunker que había armado en el comedor. Todavía tiene muy claro lo que pasó aquella noche. Cuando Steve fue a contarle lo sucedido, John decidió levantarse y se reunieron en la cocina con los demás, a tomar una taza de té. La cocina daba hacia el mar, de modo que John la consideraba un lugar peligroso. Habían pasado muchas noches oyendo los cañonazos que volaban sobre la casa, así que logró convencer a sus huéspedes de que se movieran al centro. La artillería empezaba a las once. Al amparo de las sombras, los barcos se acercaban sigilosamente a la costa, sin la amenaza de los aviones. Se oía un ¡pop! desde el mar y luego llegaba un silbido y a continuación el chasquido lejano del impacto. A la artillería de la flota británica le decían picasesos.

El impacto fue sobre el techo. Más bien explotó en el aire. John había vuelto a su bunker a dar un vistazo a los niños. Los demás estaban con Mary. El proyectil se anunció con un sórdido zumbido, como si su destino estuviera cantado y jamás terminara de llegar. Doreen se abrazó a Verónica Fowler, temblando como una hoja. Luego retumbó el estallido y la casa quedó a oscuras. Hubo un ruido a lluvia metálica, como un chaparrón de verano. Era el tanque de agua. Cuando se disipó la nube de polvo, Doreen seguía abrazada a Verónica. Ésta le preguntó cómo estaba. Doreen no dijo palabra. Una esquirla le había rebanado la columna.

Sue, por su parte, murió con la taza en la mano. Estaba en la puerta mirando hacia la cocina y recibió de lleno la onda expansiva. Mary murió dos días después, del estrés y las heridas.

Si cada uno hubiera permanecido en su habitación, las cosas habrían sido distintas. Pero se habían refugiado en el cuarto de Mary, culpa del proyectil que había dado contra el jardín. Primero se habían quedado un rato en la cocina comentando el episodio, hasta que John se puso nervioso y los conminó a pasar al cuarto de Mary, supuestamente el más seguro. John se la pasaba estudiando los ángulos de disparo y la ubicación de los cuartos. Esta obsesión molestaba a Verónica, porque su esposo apilaba panes de turba y cajas con libros contra las ventanas, lo cual convertía la casa en algo caluroso y oscuro.

Verónica ligó unos cuantos astillazos, pero mantuvo la calma a pesar de todo. Aquella misma noche fueron al hospital, donde a John le sacaron las esquirlas de la pierna. Acomodaron a los niños en la sala de partos y se instalaron con su mujer en un cuarto. Llevaban un rato acostados cuando John le sugirió que se metieran debajo, así que se pasaron dos noches durmiendo bajo la cama. Luego llegó otra pareja. El esposo era un marine jubilado y la pasaba muy mal. A cada disparo pegaba un brinco y gritaba «¿Qué pasó? ¿Fue de nosotros? ¿De dónde vino?» En cuanto a John, aquella sala desprotegida removió todos sus miedos. Otra vez empezó a amontonar cosas en las ventanas y a pegar cintas sobre los vidrios.

Dejaron pronto el hospital, pues Verónica había encontrado una casa desocupada. En un rincón del jardín había un artefacto que no llamó su atención. Rachel tampoco le hizo caso mientras jugaba. Un día vino un amigo con un cachorro que la olió con displicencia. Entonces a John se le ocurrió preguntarle
a un soldado que pasaba: «¿Usted sabe qué es eso?» El soldado miró la cosa y se puso pálido. «Salgamos ya mismo de aquí» le dijo tomándolo por el brazo. Era una bomba beluga, de las que llueven como racimos, sensibles a la luz y al calor, siempre listas a reventar. Vino gente a retirarla y debieron dejar su nueva vivienda. Cayeron al hospital otra vez y entonces Verónica perdió la compostura, como si el vaso se hubiera colmado, gritando que estaba harta de todo y en especial de la guerra. Fue una catarsis maravillosa, porque luego andaba hecha una seda.

El estruendo de aquel cañonazo persiguió a John varios años. Una noche tuvo un sueño muy vívido. Soñó que la historia se repetía, sólo que ahora dormían junto a enormes ventanales que él no había alcanzado a tapar. De pronto, desde el océano, llegaba el escalofriante zumbido. Entonces se aferraba a la cama a esperar el Apocalipsis, todo por culpa suya, por haber descuidado las ventanas. Al despertar estaba empapado.

Tal vez lo soñó en Inglaterra. Habían regresado ahí dos años después de la guerra. John quería compartir con sus viejos el tiempo que les quedaba. Su madre, en cierto modo, había sido otra víctima de la explosión. La radio argentina había dicho que él murió en el ataque y que su esposa quedó malherida. Esa noticia llegó a Inglaterra y sus padres la habían pasado mal. De hecho, su madre murió poco después de su vuelta.

La partida de las Malvinas no había sido sencilla. John ya iba por los cuarenta y odiaba la idea de jubilarse en su tediosa oficina. Así que volvieron a Gran Bretaña y luego pasaron dos años en el Pacífico, trabajando de maestros en las islas Gilbert. Más adelante compraron un hotelito en Escocia. John disfrutaba esa vida, pero a Verónica se le hacía difícil porque su madre tenía Alzheimer y estaba viviendo con ellos. Era duro repartirse entre el hotel y su madre. Ella no dormía de noche y podían escucharla revolviendo papeles y buscando cosas. De pronto se les aparecía en la pieza para avisarles que eran las cuatro de la mañana y ofrecerles una taza de té. Un buen día se presentó la oportunidad de volver a las Malvinas para seguir enseñando. Los chicos estaban entusiasmados, pues apenas tenían memoria de su vida en Sudamérica.

La aventura del hotel escocés fue uno de los tantos sueños románticos amasados por los Fowler. A la gente de aquella islita no pareció molestarle que el forastero fuera un inglés. Venía de las Malvinas y entre isleños se entendían. Además, su esposa era también escocesa, hija de inglés e irlandesa. A los niños les vino bien, pues la educación primaria en Escocia es superior a la inglesa.

Fueron años dichosos de trabajo duro. Habían tomado de chef a la antigua dueña, hasta que Verónica empezó a cocinar y John se convirtió en su ayudante y al final terminó como cocinero y ella tomó las riendas de la clientela.

John y Verónica han pasado años en las Malvinas. No son ingleses ni escoceses del todo. Son inmigrantes. Lo mejor, les parece hoy, sería pasar los veranos acá y los inviernos al otro lado del mundo. Aunque ahora están separados, compraron una casita en Portugal, cerca de la frontera con Vigo, un perfecto paraíso que siempre abandonan para volver a sus islas. Añoran eso de saludarse con todo el mundo y juntarse con los amigos a tomar un vinito chileno. John extraña también sus excursiones a Buenos Aires, para ver todo el teatro posible y perderse entre la multitud de Florida.

Cuando estaba en el internado le gustaba agarrar la moto y salir en busca de truchas o gansos para el almuerzo. El ganso es delicioso si uno sabe prepararlo, a horno lento y con salsa de manzanas. Ni siquiera debía limpiarlos, porque siempre había una nube de niños dispuestos a hacerse cargo. Con las truchas era lo mismo. Para alguien como John, era una experiencia mágica con algo de primitivo, eso de salir de cacería y volver con comida para todos.

El internado en Goose Green parecía salido de una
novela de Dickens, sin hablar del director, que mantenía a rajatabla el derecho de los alumnos mayores a fajar a los pequeñitos. Para los Fowler, la sola idea de convivir con el monstruo se había vuelto intolerable, así que plantearon sus exigencias: se iba él o se iban ellos. El siniestro director terminó con el semestre. El internado resultaría destruido en la batalla de Goose Green. Todavía está el tobogán de hierro donde los argentinos pusieron la cohetera de un Pucará. Los
pupilos eran hijos de granjeros, cuando la mitad de la gente vivía en el campo. Los Fowler habían caído ahí por casualidad. Con su esposa andaban buscando trabajo, tal vez en Uganda o en Kenia, cuando vieron un aviso donde pedían una pareja para trabajar de maestros en un internado de las Malvinas.

Los Fowler ya llevan cinco años sin volver a Inglaterra. Verónica sigue enseñando literatura en el colegio. La casa aún existe. John volvió a verla hace poco, a instancias de un periodista. Le costó entrar otra vez, pero eso ahuyentó sus fantasmas. La señora que vive ahí cuida niños y hay juguetes por todas partes.

Volviendo a la noche del cañonazo. John nunca llegó a imaginarse que la muerte vendría del cielo. Había estado esperando más bien una suerte de combate callejero. Pero esto no sucedió. En cambio le reventaron el techo. Los minutos que siguieron al estallido fueron aún más difíciles, porque todos esperaban que siguiera el bombardeo. John no cesaba de repetirse «qué estúpidos, por qué nos quedamos». Hasta la llegada de los ingleses aún había sido posible salir de la isla. Muchos decidieron partir, lo cual sonaba muy razonable. Pero los Fowler esperaban un bebé e ignoraban además si luego podrían volver. Amaban este lugar. Tenían tantos amigos que marcharse sonaba a traición. Pero eso pasa a segundo plano cuando has recibido un cañonazo en el tanque de agua. Y si no resultó mucho peor fue gracias al profesionalismo del hombre que estaba en la otra costa reglando el fuego de artillería. Cuando vio que algo andaba mal, ordenó detener la acción.

Era el capitán Hugh McManners, infiltrado en las líneas argentinas. Se pasaba el día tirado en la paja brava, sin moverse en lo más mínimo. De noche se apostaba en un pozo a dirigir el fuego naval. Contaba con una buena vista del pueblo. A través de los binoculares nocturnos, se divisaba la casa de John. Más allá se adivinaba la silueta de Monte Longdon.

Hace poco volvió a las islas. Hizo contacto con John y fueron a comer al Malvinas House. Lucía muy perturbado y aún luchaba con sus fantasmas. A juicio de John, no es más culpable que la computadora que provocó el desastre. Otros dicen, sin embargo, que el barco no había tirado sobre los montes sino contra una casa vecina con soldados argentinos. Por eso algunos lo llaman El Carnicero. Mc Manners no se ha quejado. Proclama a los cuatro vientos que él mató a esas mujeres. John piensa, por el contrario, que merece una medalla. Que de no detener el fuego, todos estarían muertos.

A pesar de todo, John recuerda esos días con añoranza. Su mundo se había reducido al mínimo. Uno podía pasar la noche entre extraños que lo cuidaban. Mucha gente se había marchado y sus casas habían cambiado de manos. De pronto alguien llegaba diciendo «en el congelador tengo patos» o «encontré estas truchas divinas», así que comían de lo mejor. La guerra estableció fuertes vínculos entre personas que antes apenas se saludaban.

Entre disparo y disparo, en la oscuridad de la casa, sus ocupantes charlaban a media voz sobre el curso de la guerra. «Nuestras tropas están avanzando, qué bueno» ¿Qué bueno? Ahora se acercaba lo peor y John hubiera querido hallarse lejos. Estar del lado enemigo, cuando la propia tropa se viene encima, podía ser el infierno. La invasión los había asustado menos que la posible liberación.

Fue extraño también estar del lado argentino y ver a los conscriptos hambreados y sentir simpatía por ellos. Eran sentimientos confusos.

Dos días después del ataque a la casa, volvió a reinar el silencio. Pero pronto tenían a todos congregados en Stanley, británicos y argentinos. Los servicios colapsaron. Los Fowler, con un bebé de dos meses, la pasaban peor todavía. La ciudad era una inmundicia y tampoco ayudaba el clima. Todo estaba cubierto de hielo y de nieve congelada. Era peligroso andar por la calle y los vehículos derrapaban por pendientes resbalosas. Es lo que John recuerda del último día de guerra.

Mezclados con los ingleses, el jefe de las fuerzas terrestres platicaba con el almirante. Este último le preguntó si no tenía temor de encontrarse en el paso de aquella turba de sudamericanos armados que bajaban de los montes con cara de pocos amigos. «Ni lo pienses» dijo el comandante. «Cuando un ejército se rinde, sus hombres quedan con la moral por el suelo». El almirante le mostró un cuerpo de infantería que marchaba marcialmente, como si fuera a un desfile. A su juicio, no parecían desmoralizados en absoluto. Sin embargo, nadie intentó asesinarlos. Los ingleses tampoco asesinaron a nadie. En un rapto de lucidez, el mando británico sólo dejó en Puerto Argentino a tropas que no hubieran entrado en combate. Eso evitó la venganza. Pero en Monte Longdon, en cambio, hubo ejecuciones de prisioneros.

Los Fowler volvieron a las Malvinas a diez años del desembarco y compraron una casita con vista al mar. Un día John se estaba afeitando cuando vio algo por el espejo. Noventa barcos asiáticos permanecían fondeados, a la espera de sus licencias de pesca. Sus altavoces propagaban órdenes en coreano y de noche ponían luces tan fuertes que se podía leer afuera. Las tripulaciones asiáticas hoy pertenecen al mundo abominable que circunda las Malvinas. Hay que estar desesperado para trabajar a bordo de aquellos barcos que van hacia el Sur detrás de los calamares y sobrepasan incluso Los Cuarenta Bramadores. A bordo puede ocurrir cualquier cosa. Entonces cobra más vigencia que nunca el viejo dicho: «Debajo de los Cuarenta no hay ley. Debajo de los Cincuenta no hay Dios».

Una vez desembarcaron a un chino acusado de haber matado a otro tripulante, pero como no había testigos ni podían deportarlo, se quedó a vivir en las Malvinas. Empezó a trabajar como sastre y luego pavimentando las calles y se cansó de ganar plata. Todo el mundo le decía Tommy the Murder. Se lo veía feliz, eso que no tenía papeles ni identidad, pues para un tripulante asiático es preferible ser nadie antes que volver a bordo. Un día, Tommy volvió a China y hoy vive como un magnate. No sería difícil, dicen algunos, que también haya estado en la droga. Cuando escucha estos rumores, Sue Becket resopla despreciativa. Es una empleada de Falkland Island que cobijó al chino en su casa, así que debe saber lo que dice. «Tommy era un chico abusado que no hizo nada de lo que dicen. Pero este pueblo es un infierno de chismes».

El barco se llamaba Avenger. Fue el que mató a las mujeres. Como todas las noches, había estado batiendo Monte Longdon, una de las posiciones que rodeaban a Stanley. Al amanecer empezó a retirarse, junto con el Glamorgan, que había estado tirando sobre Tumbledown. Entonces, desde la costa, llegó el último Exocet. Los argentinos, con un acoplado viejo, habían improvisado una rampa de lanzamiento ITB (Instalación de Tiro Berreta). Estaba sobre el camino que iba al aeropuerto. Lo armaban al caer la tarde y esperaban toda la noche por si algún buque pasaba ante la línea de tiro. Con las primeras luces
lo desarmaban y lo cubrían con lonas, para que los malvineros no revelaran su posición. Así lo hicieron sin resultado a lo largo de muchas noches, hasta que la madrugada en cuestión, los buques en retirada cruzaron la línea de riesgo. El Avenger logró eludirlo, pero el misil le pegó al Glamorgan, matando a catorce tripulantes. Entre los cuerpos que horas después recibieron sepultura en el mar estaba el teniente David Tinker, de años, crítico implacable de la sanguinaria respuesta británica, que había solicitado la baja mucho antes de la guerra y, sin embargo, se había visto forzado a marchar a las Malvinas. A su padre sólo le quedó el consuelo de publicar un libro con sus poemas.

Al otro día terminó la guerra. Por la noche empezó el invierno. Los barcos mostraban las huellas del duro castigo de los aviones. En las islas seguía nevando. Un huracán proveniente del Polo soplaba a doscientos kilómetros por hora. La sensación térmica llegó a veinte grados bajo cero. El jefe de la flota británica dijo que, comparado con eso, el invierno helado de Escocia equivalía a Hawai en primavera.

John supone que, desde entonces, el clima no ha mejorado. En su época del internado en Goose Green, los días eran más secos y no se vivía bajo un perpetuo cielo grisáceo y era lindo pasear por parajes como las tierras altas de Escocia. Este verano, por el contrario, ha sido uno de los peores que se recuerden y el viento sobre los viejos campos de guerra sopló con más furia que nunca.

Hace poco, John estuvo con uno de los soldados que andaban robando comida. Se trataba de Miguel Savage, que hoy vive en Venado Tuerto. Una noche, junto con seis argentinos, había bajado de Longdon. Luego de cruzar el río Murrell, llegaron a una granja vacía. Revolvieron el lugar y Miguel se llevó un pulóver. Sintió pena por sus dueños, pues la casa olía igual que la suya y él ardía en deseos de quedarse. Pensó en la paz del lugar y en lo insensato de todo. Cuando John lo conoció, muchos años más tarde, Miguel había vuelto a las islas para devolver el pulóver.

Cuando el arte hermana y cura

Blog: http://www.innatia.com/s/c-superacion-personal/a-arte-hermana-cura.html

HISTORIAS DE SUPERACIÓN PERSONAL

CUANDO EL ARTE HERMANA Y CURA

por Marcela Carletta

James Peck representa la cuarta generación de malvinenses en su familia. En sus obras plasma la soledad del terruño pero también la angustia de los seres humanos. Al pintar sobre la guerra liberó sus propios fantasmas.

Como todo artista, James Peck prefiere expresarse con sus obras. Se confiesa retraído y asocia esa condición con la características de su tierra, las Islas Malvinas. Desde hace cuatro generaciones, los Peck habitan las Malvinas para nosotros. Fackland para los británicos y simplemente «las islas» para James. En los años de la absurda contienda,
James vivía su plena adolescencia. Tenía 13 años y si bien se inclinaba por el dibujo, no soñaba con que esa manera de expresar sus sentimientos sería su forma de vida futura.
Como tantos, no hizo caso a los rumores de invasión. Hasta que se desató la locura.
Siempre se habla del sufrimiento argentino, del dolor británico pero nada se dice de la angustia y la impotencia kelper así como las secuelas con las que se vieron obligados a convivir.
Las imágenes del dolor de los soldados argentinos se depositaron bruscamente en el interior de Peck que se formó artísticamente en Londres, primero en Chelsea School y luego en Falmouth. La vida en la metrópoli inglesa no lo cautivó y regresó a «las islas» para intentar vivir de su arte.
Soledad, desolación, sufrimiento son sensaciones directas que reflejan los cuadros del artista nacido en Puerto Stanley en 1968.
«En mis primeras pinturas reflejaba el dolor de la guerra, pero no pintaba la victoria británica sino el dolor de los soldados argentinos. Me sentí muy identificado con ellos y quise transmitir ese mensaje de soledad y sufrimiento, usar esas imágenes para el mensaje que nunca antes había sido pintado» , describe Peck.

Curar heridas a pinceladas

James -que bajo un buzo gris luce orgulloso una camiseta de Boca Juniors, su club en Argentina, al igual que el de Joshua, su hijo de 9 años- cuenta que ya no pinta tanto sobre la guerra. Fue una etapa clave en su vida artística e interior que le permitió curar heridas, romper el hielo y liberar los fantasmas que compartía con varios ex combatientes argentinos. James tenía varios de esos fantasmas que tal vez se les presentaban guiados por el característico viento de las islas. Su primera maestra de dibujo fue una de las víctimas civiles de la contienda del Atlántico Sur. Ella y dos personas más fallecieron al caer una bomba.

A pinceladas fue dejando ir una a una las imágenes tristes así como las de su comunidad en aquellos años, unas 1500 almas que imprevistamente vieron desfilar a 150.000 soldados.

La «explosión» de James se produjo en 1994, fue entonces cuando todos esos recuerdos comenzaron a salir.
«Siempre dije que no iba a pintar sobre la guerra, pero en el ’94 cambié de idea. Las imágenes tenían que salir. Las primeras eran muy fuertes y oscuras por ejemplo en ‘La última cocina de campo’, donde muestro el sufrimiento de un grupo de soldados argentinos con capuchas, es casi lúgubre…»
En las telas y con óleo, James unió sus recuerdos de infante -la desesperación de toparse con un cuerpo humano mutilado y la desolación de ver a soldados niños pidiendo o robando comida para sobrevivir- con los esqueletos de metal que dejó la guerra.
Años más tarde, el destino lo unió a Miguel Savage, un ex soldado del Regimiento 7º de La Plata (con el triste récord de ser el batallón con más bajas en la contienda), que sin saberlo enfrentó a los hombres guiados por el padre de James durante la guerra quien sirvió como baqueano en los días de furia. Savage y los Peck se reencontaron en enero de este año, cuando Miguel viajó a Malvinas junto a su esposa y sus dos hijos. A Peck y Savage, hoy radicado en Venado Tuerto, los une una amistad que rompe las barreras ideológicas y es una relación «muy honesta y abierta» . Ambos saben la difícil tarea de liberar fantasmas.

«Comencé a pintar retratando las secuelas de la guerra, pero encaro el tema del sufrimiento y la desolación desde una perspectiva que trasciende toda anécdota, toda circunstancia temporal. Pinto desde mi interioridad, las imágenes no son directamente relacionadas con la guerra. Son diría metáforas de mi propia tristeza, aunque la gente toma mis pinturas de manera literal, entiendo que mi trabajo es autobiográfico. Ahora en estos últimos años, la temática bélica está desapareciendo y me dedico más a los paisajes» , cuenta mientras juega incansablemente con un cordón negro atado a su muñeca izquierda.

Los campos de la esperanza
«Ahora mis pinturas no son tan fuertes, hay más luz, hay muchos campos» , cuenta James.
«Me interesa la sensación de soledad y tranquilidad del campo. Son pinturas despojadas» , explica.
Si bien la soledad está siempre en sus mensajes, en los últimos tiempos está teñida de esperanza y seducción, es que brinda la «sensación increíble de soledad en el campo durante el atardecer, cuando el sol está bajando y la tierra apretar tu corazón y tu cabeza» .

Como artista Peck dice que está en permanente cambio. «En realidad mi vida es cambio y eso me hace sentir vivo» , señala. Unido sentimentalmente con una artista plástica argentina, María Abriani, James reparte su tiempo entre Buenos Aires y las islas. A su vez, María es la primera pintora que fue a inspirarse a las islas, donde además de creatividad encontró el amor de James. Mientras muchos argentinos deciden buscar fortuna -o al menos sobrevivir más dignamente- en el exterior, Peck apuesta por Argentina. Principalmente lo atrapó la cordialidad de la sociedad, ese afecto que se repite en «toda América Latina; en Europa son muy estructurados y ése es el mismo clima que se respira en las islas».

Ahora reside parte del año en Buenos Aires y durante la temporada de verano regresa a su tierra en búsqueda de inspiración. Por ahora, puede decir que dejó los trabajos temporarios (el último lo tuvo como chofer de ambulancias) para disfrutar del orgullo de vivir de su arte.

Durante el verano vive de la venta de sus lienzos a los turistas que llegan a las islas. Unas de las escenas más requeridas son aquellas que muestran el cementerio de barcos del siglo pasado que aún puede visitarse en Malvinas. Uno de los más bonitos es el Lady Elizabeth que está encallado cerca de la playa e incluso se puede acceder a los restos.
La idea de dejar las islas para buscar su destino en Argentina no fue fácil ni comprensible para muchos, como tantas veces sucede a los artistas. No obstante su familia apoyó su decisión. También superó la etapa de que sus cuadros fueran vistos como algo exótico. «En las islas tenían dudas si mis cuadros se vendían por mi calidad o porque era isleño y lo que ello representaba. Pero estoy convencido que es por mi calidad ya que tuve éxito en otros lados. Al principio sí es verdad que me sentía algo exótico pero ya se superó esa etapa» , indica James que recibió los premios Shackleton Scholarship Award y Commonwealth Exhibition Award en Londres y de la Fundación Bolsa de Comercio en Argentina.

Más pero menos

Peck dice que la guerra favoreció a los kelper «materialmente» pero les robó la tranquilidad en la que vivían. «Todo cambió mucho, el nivel de vida subió y se siente más protección de Inglaterra, el estándar de vida se quintuplicó, pero antes éramos más felices. Ahora las islas son un auténtico pueblo inglés que crece con la TV. y los turistas que van a ver los pingüinos. Antes estábamos pobres pero más relajados…», explica.

El fin de la guerra, a la vez que aumentó la ayuda británica -dos pruebas elocuentes son el nuevo aeropuerto de Stanley y un gran centro educativo- implicó la llegada de nuevos residentes ingleses y precisamente son ellos, los que recién ahora viven en las islas quienes mantienen vivo el sentimiento antiargentino. Para los kelper, tal como lo grafica James, sigue latente las escenas del sufrimiento argentino.

El soldado que volvió a Malvinas

La Nación, 3 de febrero de 2000
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A 18 años del fin de la guerra, un ex combatiente regresó a las islas para ver las ruinas de su campamento

Cascos oxidados, ropa militar deshecha, camillas rotas, papeles manuscritos y armas viejas. Todo a cielo abierto y bajo la acción de los intensos vientos que caracterizan la vida en las islas. Ese es el panorama que ofrecen hoy los campos de batalla en Malvinas, a 18 años del fin la guerra.

Hace 19 días cuatro argentinos, uno de ellos un ex combatiente, llegaron hasta el área en la que se desarrollaron los enfrentamientos terrestres en 1982.

«Todo estaba tan igual que no podíamos creer que hubieran pasado ya casi dos décadas desde que terminó la guerra», contó Hugo Apesteguía, director del diario La Opinión, de Pergamino, que llegó por primera vez al archipiélago con un desafío: recorrer las islas de cabo a rabo en bicicleta.

Este grupo de aventureros pudo cumplir su sueño de conocer Malvinas gracias a que el 16 de octubre del año último se reanudaron los vuelos comerciales con las islas.

Para Apesteguía, como para sus compañeros de viaje, Pablo Molina, un profesor de educación física de 27 años, y Fernando Nus, de 35 y granjero, la travesía representó un reto deportivo. Para Miguel Savage, de 37, el desafío fue aún mayor. Este ex combatiente emprendió un viaje de regreso. A una tierra en la que vio morir a varios de sus compañeros y de la que salió -sin saber cómo- con vida.

El regreso del soldado Para Savage, el viaje fue otro. Carpas deshechas, refugios de piedra, cráteres de bombas, cañones todavía en pie. Según cuenta Apesteguía, el reencuentro de este ex soldado con lo que fue su campamento fue una experiencia conmovedora . Los hallazgos a cielo abierto, que para un explorador común podrían ser piezas de un museo de guerra, para Savage fueron fragmentos de una historia que, según dice, todavía esta en el sano proceso de cerrar.

El Monte Longdon , a 10 km de Puerto Argentino y la base militar del Regimiento 7 de Infantería de La Plata, al que perteneció, 18 años después de la guerra era tan sólo un montón de despojos.

«Lo más impactante para todos fue cuando Miguel encontró la pala con la que cavó la trinchera, en la que se escondió y salvó su vida el día en que los ingleses bombardearon su campamento», cuenta Apesteguía.

Después del ataque, vino el repliegue a Puerto Argentino. Tuvieron que huir dejando todas sus pertenencias y con la única misión de salvar sus vidas. Por eso, lo que las bombas no destruyeron, quedó allí, intacto por todo este tiempo. Nadie volvió a buscarlo.

Para Savage, la guerra fueron 60 días en los que soportaron temperaturas de hasta 25 bajo cero , pasaron desnutricion, perdida de 20 kilos y mas…y hasta tomaron agua de los charcos.

Tenía 19 años y estaba en el servicio militar cuando explotó el conflicto bélico en las islas Malvinas. Hoy tiene una medalla de ex combatiente y vive en Venado Tuerto, en la provincia de Santa Fe. Se casó, tuvo dos hijos y puso un comercio de venta de productos siderurgicos

Según cuenta, la historia que lo llevó a la guerra, cuando todavía era un adolescente, no tuvo un fin hasta que pudo regresar a las islas. «Ahora sí terminó la guerra para mí», confesó.

«Encontramos cosas que parecía absurdo que estuvieran ahí después de tanto tiempo. Un horno, una sartén, un libro, una cantimplora», cuenta Apesteguía.

La sorpresa del ex combatiente fue grande. Según dijo, allí estaba la cocina a la que los soldados bajaban a robar comida. «Pasábamos tanta hambre», recordó Savage.

Desde el 15 de enero último, hasta el 22, los viajeros recorrieron ese y otros campos de batalla, siempre a bordo de sus bicicletas. Caminos de ripio, que rara vez transitan los habitantes de las islas.

«Teníamos que andar con cuidado, porque ninguno domina el inglés y hay carteles que alertan sobre la existencia de campos minados, que jamás se desactivaron después de la guerra», relató Apesteguía.

Cuando pasaron frente a unas construcciones subterráneas de piedra, los viajeros le preguntaron si ésos eran sus refugios. «No -les contestó Savage-, eso para nosotros era casi como un hotel cinco estrellas. Nosotros (los soldados) nos refugiábamos en pozos hechos en la tierra. Ahí podíamos pasar días esperando no ser descubiertos y rogando que no nos mataran.»

Preguntas de un sobreviviente El ex soldado volvió a Malvinas para buscar la respuesta a tantas preguntas que la guerra dejó abiertas. «Por qué aquella guerra, por qué se lo considera un sobreviviente, por qué él, que era un chico de 19 años que hacía el servicio militar, hoy debe llevar la impronta de ex combatiente», cuenta Apesteguía.

«Por haber tenido la suerte de no caer en combate, chicos como Miguel hoy no son reconocidos como héroes. Muchos no consiguen trabajo, otros se suicidan. Ese fue el triste legado que dejó la guerra para ellos», agregó con su voz entrecortada.

Después del regreso a Malvinas, algunos cuestionamientos de Miguel Savage se cerraron. Otros, todavía, esperan por una respuesta.

Por ejemplo la irresponsabilidad, la ineptitud y en muchos casos la cobardia de quienes fueron sus superiores

«El servicio militar obligatorio se tendría que haber acabado después de Malvinas, y no después del caso Carrasco, porque allí quedó totalmente demostrado que un ejército en esas condiciones no puede enfrentar ninguna guerra», fue la conclusión que Savage sacó de este viaje plagado de duros recuerdos.

Evangelina Himitian